Notas de buhardilla

Álvaro y Barco

Ramiro Bejarano Guzmán
22 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.

No es una genialidad sostener que el libro sobre Álvaro Gómez del columnista de El Tiempo Constaín y el de Virgilio Barco del profesor Malcolm Deas son abismalmente diferentes, porque los personajes lo fueron en sus vidas, sus ideologías y logros alcanzados. En nada se parecían Gómez y Barco, salvo porque fueron protagonistas y testigos de su tiempo; tanto, que compitieron para ser presidentes, habiendo resultado estruendosamente derrotado Gómez, luego de una campaña en la que el país asistió por primera vez a la guerra sucia mediática. Gómez jamás fue formalmente presidente, aunque sí ejerció el mando cuando su padre y Urdaneta se alternaron en el poder hasta el golpe de opinión del 13 de junio de 1953.

Desde la primera página del publicitado texto de Constaín, fácilmente se advierte que es una hagiografía, porque trata como santo a Gómez; en tanto que el de Deas es una biografía, en el sentido profundo de la expresión, que además recrea con fortuna el escenario histórico.

El empeño de Constaín en demostrar que la violencia política fue un aporte liberal y que prácticamente los goditos fueron unas víctimas, más que irritar, desdibuja académicamente cualquier trabajo que se haga sobre este período. Tratando de exculpar a Álvaro y a Laureano de la responsabilidad que les cupo en esos días grises, termina caricaturizando los argumentos.

Constaín pasó por los lados del papel del régimen conservador de la época cuando se convocó la Constituyente de 1953, porque no ofreció ninguna explicación al famoso artículo 13 con el que Laureano y su combo pretendieron encarcelar a todo aquel que desde el exterior criticara al gobierno. Tampoco ahondó en ese episodio en el que tanto incidió Gómez sobre el terrible acoso del establecimiento al cura Camilo Torres Restrepo por sus veleidades izquierdistas, hasta forzarlo a retirarse de donde no hacía daño y conducirlo a la guerrilla. En aquellos puntos controversiales del periplo de Álvaro, a Constaín se le notó su desinterés de enfrentarlos, como el de la famosa Operación K, que tan hondo significado tuvo en su momento, o la elección de alcaldes que fue fruto de una estrategia electoral para favorecer las opciones conservadoras en determinados sitios, más que el deseo de democratizar la nación, lo que no ha ocurrido ni ocurrirá. A Constaín le pudo más el amor y el perenne agradecimiento a Gómez.

El libro de Barco es magnífico salvo por los pies de páginas en letra minúscula fatigante. Deas no introduce factores que comprometan su credibilidad, pues no hostiga al lector con sus simpatías personales y familiares. El trabajo sobre Barco despeja el eterno infundio con el que sectores recalcitrantes en su momento, y aún hoy, lo descalificaron por las concesiones petroleras a su familia. Allí creció, al mejor estilo de la época, la calumnia de que Virgilio era un corrupto, lo que no fue más que una mentira atroz que no dejó ver, por ejemplo, que no aceptó uno de los ministerios que le ofrecieron por incompatibilidad con los intereses familiares lícitamente obtenidos.

Después de recorrer las páginas del texto de Deas, el lector queda con la sensación tranquila de que no leyó un memorial de elogios, sino un trabajo sereno que tuvo el acierto de haber trajinado los datos relevantes de la vida de Barco desde sus ancestros, por cierto, conservadores, la infancia y la educación privilegiada que recibió, pues se hizo ingeniero en Estados Unidos. De este primer recorrido de la existencia de Barco, se comprenden los rasgos del carácter de un hombre que vivió en una de las horas más turbulentas de la política y subsistió en medio del respeto general.

Deas aproxima al lector, con rigor, a lo que fueron los ministerios de Barco, su exitosa alcaldía en Bogotá y hasta los inevitables accidentes de su presidencia sacudida por una cruel violencia. Quedan al descubierto sus aciertos, pero también sus errores.

Mientras el libro de Constaín decae desde el principio y lo defienden unos influyentes amigos, el de Deas no pierde el ritmo y se defiende solo.

Adenda. Más que insólito, es un escándalo que el caído exfiscal Néstor Humberto Martínez siga siendo consejero de cabecera del subpresidente Duque.

notasdebuhardilla@hotmail.com

 

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