Amárrense los cinturones

Francisco Gutiérrez Sanín
31 de agosto de 2018 - 05:45 a. m.

El resbalón de Duque en las encuestas refleja tres problemas. Primero, la violación flagrante de algunas de sus promesas de campaña. Segundo, la actual estructura de la opinión pública en Colombia, que tiene al menos un tercio del electorado en la izquierda o en el centro indignado, y a otro tanto en la extrema derecha. Duque se ha echado encima a ambas categorías, pero en cambio los centristas pura sangre tampoco lo pueden ver con gran devoción. Y, como Santos, tiene dificultades para conseguir apoyos que le pertenezcan a él y no a otros. Tercero, unas fracturas regionales complejas que hasta donde he leído aún no tienen cabal interpretación, y que se vieron reflejadas una vez más en ese valioso e importante evento político que fue la consulta anticorrupción.

Estos problemas, junto con las características del gobierno de Duque, sugieren un futuro turbulento. Me refiero en esencia a dos rasgos. Primero, no usa un discurso de odio. Oponerse al actual gobierno —como lo hace quien suscribe— no puede significar negarse a aceptar esta constatación obvia. Lectores avisados dirán que es que no puede. Y sí: Duque fue elegido por el uribismo profundo, pero también por el gobiernismo que pasó (Partido de la U, Partido Liberal) y por los que hacen su propio juego para sacar ventaja (digamos los oportunistas: Partido Conservador y Cambio Radical). Así que su margen de maniobra no es muy amplio. Aun así, sería simplemente mezquino y poco objetivo negar que en términos de “unidades de odio” Duque se ha mantenido muy por debajo de las expectativas del núcleo duro de sus apoyos y de muchos que temían su ascenso a la Presidencia. Hasta el nombramiento de Ordóñez en la OEA tiene algo de ambigüedad: le dieron su puesto, pero fuera del país y sin gran poder político. Preferiría ver a Ordóñez donde se merece, pero tanto él como los Lafaurie, Nieto Loaiza, etc., con seguridad estarán creyendo que el plato de comida que les ofrecieron es mucho menor del que les cabía por derecho propio.

El segundo rasgo de la administración Duque es harto menos apetecible: como lo han señalado varios analistas, se trata de un gobierno corporativo apoyado en un partido extremista y proimpunidad. Y guiado desde la cartera de Hacienda por un personaje opaco en varios sentidos —incluyendo el intelectual: por lo menos en lo que he leído—, pero dueño del aplomo y la determinación suficientes como para no hacerle caso al cuento bonito de la economía naranja y pintar su propuesta en los colores reales y descarnados que corresponden: equilibrar las terribles injusticias de este país por medio de la creación de un Sisbén para ricos. En una Colombia que comienza a parecerse a la proverbial caldera de conflictos sociales —dada no sólo su desigualdad brutal sino también la inepcia e irrelevancia de su regulación estatal: vean no más los casos de Electricaribe, Avianca e Hidroituango—, esa orientación no augura tiempos tranquilos.

Como tampoco lo hace el hecho de que temas vitales para el partido de gobierno —que inevitablemente ya ha empezado a manifestar su malestar— estén a punto de pasar al frente de la agenda. Uribe pronto comparecerá ante la Corte Suprema de Justicia, y no veo cómo pueda desestimar la evidencia que se acumula contra él. Evidencia gravísima, masiva. No pretendo ser juez, ni evaluarla jurídicamente: eso le corresponde precisamente a la Corte. Pero si pierde el examen, ¿no querrá que el presidente que él contribuyó decisivamente a elegir le saque las castañas del fuego? ¿No resentirá amargamente cualquier actitud que considere pasiva o reticente?

Las cosas, pues, se complican. No quiero sugerir que no exista solución; sí, en cambio, que no es claro dónde se encuentra. Recomiendo entonces a los lectores que se amarren los cinturones. Pues, contrariamente a los vuelos de Avianca, este ya arrancó de verdad.

 

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