“Amauta” en Madrid

Carlos Granés
15 de marzo de 2019 - 05:00 a. m.

La reciente participación de Perú como país invitado en ARCOmadrid sirvió de pretexto para traer al Museo Reina Sofía una de las muestras de arte latinoamericano más interesantes que he visto en los últimos años. La exposición gira en torno a la revista Amauta, el proyecto de José Carlos Mariátegui, uno de los pocos intelectuales marxistas que, junto con Gramsci, logró desarrollar un pensamiento original, útil para entender las relaciones entre la sociedad y la cultura, a partir del legado del filósofo materialista.

A mediados de los años 20, cuando se decidió a fundar una revista que diera a conocer los debates políticos, culturales y sociales de América Latina y del mundo, Mariátegui no supo si llamarla Vanguardia o Amauta. Parecían dos nombres opuestos: vanguardia hablaba de lo nuevo, de lo que miraba al futuro; amauta (“maestro” en quechua) parecía referirse al pasado, no al frenesí ni al dinamismo de la ciudad ni de los inventos modernos. Sin embargo, Mariátegui se dio cuenta de algo que tendría una enorme repercusión en el pensamiento y en la cultura latinoamericana de los años 20. Lo arcaico, precisamente por haber permanecido enterrado en el pasado, podía emerger en plena modernidad con la fuerza de lo más nuevo. En Italia, donde Mariátegui vivió entre 1919 y 1922, pudo ver cómo Mussolini revivía el mito del Imperio romano para justificar una nueva cruzada expansionista. En efecto, lo más viejo podía ser un revulsivo espiritual que animara a regenerar la sociedad y a crear un arte y un hombre nuevos.

En el caso de América, Mariátegui sabía que ese pasado remoto era el incanato. Su revista y, sobre todo, las obras de arte que publicó procuraron redescubrir al indio y revivir el mito del comunismo primitivo que había regido en el Perú antes de la Conquista. No había que mirar hacia afuera. Perú en el pasado ya había sido una sociedad comunista, bastaba con recordarlo, bastaba con desenterrar ese pasado y dejar que la fuerza del mito echara abajo todo el entramo de prejuicios e instituciones impuestos durante la Colonia. La potencia del pasado serviría para abrir las puerta del futuro vislumbrado por Mariátegui: un Perú indio, socialista y moderno.

Estas ideas, que se enmarcaron dentro del pensamiento indigenista, tuvieron un efecto inmediato en el arte peruano. Una generación de talentosos pintores, con José Sabogal y Julia Codesido a la cabeza, se dedicó a pintar al indio. Lo hicieron en grabados esquemáticos o con los colores vibrantes y la pincelada expresiva de la pintura de vanguardia. Los personajes vernáculos aparecían a los ojos de los lectores de Amauta modernizados. Ahí estaba, lo podían ver: el indio era el hombre nuevo.

Amauta, que circuló entre 1926 y 1930, fue uno de los elementos clave en la fiesta de la vanguardia latinoamericana. Después, en los 30, la juerga mutaría en pesadilla. Los poemas se convertirían en actos, llegarían las dictaduras, la imaginación cedería al fanatismo. Los inocentes 20 quedarían como la década en que América Latina soñó que podía encontrarse a sí misma sin perder el ritmo de Occidente. Por momentos lo logró en el arte. En la política, sin embargo, se fue quedando atrás, fragmentada y embotellada en los nacionalismos. Hoy aún sigue sin cumplirse esa gran promesa de la vanguardia. A ver mañana.

 

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