Amenazas

Yolanda Ruiz
19 de julio de 2018 - 02:00 a. m.

Esta historia comienza en un municipio de unos 80.000 habitantes en un departamento de la costa Caribe, pero podría decir del Cauca, de Nariño o Santander. Es un joven de 27 años que a sus 22 comenzó a preocuparse por los problemas de su pueblo. Su vocación de líder social y político quedó en el limbo cuando tuvo que salir de su tierra porque los poderosos que se adueñaron de su región no quieren que nadie vea, escuche ni denuncie lo que allí pasa.

Este joven habla con pasión, se le siente en la voz la nostalgia por la tierra que dejó atrás empujado, más que por su propio miedo, por el amor a una familia que sintió en riesgo. El se dice dispuesto a dar la batalla, sabe que lo suyo es el servicio a la gente, tiene el liderazgo en los huesos y por eso estudió administración pública. Todo empezó cuando sin darse cuenta se fue convirtiendo en líder de su comunidad. Le inquietaban los problemas de seguridad, las irregularidades que se detectaban en la contratación, las versiones de que el contrabando de ganado se hacía con el visto bueno del alcalde y otras autoridades.

Los amigos y vecinos comenzaron a buscarlo porque él se informaba, preguntaba y quería ayudar. Al lado de otros lideró una batalla contra una obra que la comunidad consideraba lesiva. Su nombre se fue haciendo visible y mientras algunos le daban palmadas en la espalda para que siguiera adelante hablando en las reuniones, convocando protestas, otros lo marcaron. Primero fue un “no te metas en problemas” que le mandaron a decir; después el consejo de un amigo: “no te hagas matar pendejamente” o el de su padre ante los rumores que rodaban en el pueblo porque tocaba fibras sensibles: “Hijo, en este país solo pueden hablar los que tienen plata para defenderse”. Pero le pudo la vocación y se lanzó como candidato al concejo. Perdió, pero no se amilanó y terminó como presidente de la Junta de Acción Comunal de su barrio.

Desde allí lideró una cruzada por la seguridad poniendo en la mira la “olla” de delincuencia y tocó otros intereses. Siguieron las advertencias, las razones que le mandaba el alcalde, quien forma parte de uno de esos clanes que lo dominan todo en una región y no quieren que nadie intervenga en sus “negocios”. Aparecieron las motos misteriosas frente a su casa y un buen día el ladrillo contra la ventana para que el mensaje quedara claro: estaba estorbando. Él tomó precauciones, desviaba el camino, miraba detrás del hombro, intentaba “no dar papaya”, pero ante unos padres angustiados prefirió atender la recomendación de irse por un tiempo.

Ya son dos años y no ha podido volver porque, aún en la distancia, lo persiguen los tentáculos de esa mafia enquistada en su municipio. Se enteró de lejos de malos manejos en la administración y publicó un comentario. El alcalde se dio el lujo de responderle con mensaje amenazante ante los ojos de todos.

Este joven, que sueña con ser alcalde de su municipio, quiere hacer las cosas bien, busca un mejor destino para su gente, pero se ve atrapado en la telaraña de unas amenazas que no lo dejan mover. Un detalle final: es del Centro Democrático. En Colombia las amenazas tienen el color de la mafia y la corrupción y golpean por todas partes aunque la ideología a veces no deje ver. Si nuestros líderes entendieran eso haríamos frente común en defensa de la vida y de quienes quieren construir un país distinto haciendo política de otra manera. Este joven me cuenta su historia al lado de su novia que está en otra orilla política y que participó en la velatón por los líderes asesinados. Ella lo invitó y él, que es un líder amenazado, prefirió no ir porque le dijo que podía sentirse agredido o fuera de lugar por su posición política. Los veo y pienso que se merecen un mejor país en donde protejamos sus sueños aunque no vean el mundo del mismo color.

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