Entre copas y entre mesas

Ancianas coquetas

Hugo Sabogal
29 de abril de 2018 - 02:00 a. m.

A la ya reconocida nómina de famosos champanes franceses, encabezada por Dom Perignon y Veuve Clicquot, es preciso agregarle dos históricas casas, cuyos vinos son piezas únicas en el escenario de los espumosos franceses.

Hablo de Delamotte y Salón, por un lado, y de Champagne Bollinger, por otro. Cada una de estas casas lleva sobre sus hombros una tradición de varios siglos.

Su principio rector es lograr la mejor expresión posible de la uva y su terruño, resistiéndose a la presión de sacar versiones ligeras y comerciales.

En una ocasión, Didier Depond, presidente de Delamotte y Salón, dijo de manera tajante: “para nosotros no tiene ningún sentido elaborar champanes que estén listos para beber de inmediato; se agotan pronto y el encanto se esfuma. Lo que a nosotros nos gusta hacer es vinos para que los disfruten nuestros hijos y nuestros nietos”.

Si leyéramos a Depond al pie de la letra, una botella de Delamotte o de Salon no es el tipo de bebida para el consumidor que todo lo exige al instante.

No. Los vinos de Delamotte y de Salon maduran lenta y pacientemente durante lustros antes de mostrar sus mejores cualidades.

Son, si se quiere, “slow wines”. Nada que ver con las botellas de alta rotación que abundan en los supermercados.

Además, se elaboran en poca cantidad. No más de 800.000 botellas al año, frente a los 40 millones de una de las marcas más renombradas de la región de la Champaña.

Es cierto que existen un excelente Delamotte Rosé y una versión sin añada, elaborada, en este caso, con las tres variedades clásicas autorizadas por la denominación de origen, es decir, Chardonnay, Pinot Noir y Pinot Meunière.

El gran sello de distinción de Salon, sin embargo, es su Blanc de Blancs, confeccionado solamente con Chardonnay. Según Depond, la presencia del Pinot Noir le otorga al vino una sensación golosa en boca, mientras que la Chardonnay mantiene su natural frescura.

Salon se elabora con uvas de Chardonnay proveniente del distrito de Le Mesnil-sur-Oger, tras una cuidadosa selección de granos. Una vez realizadas la primera y la segunda fermentación, el vino permanece diez años en contacto con sus lías o sedimentos antes de liberarse al mercado, y sólo se produce en años excepcionales. Es por ello que, durante el siglo pasado, las 60.000 botellas de Salon sólo vieron la luz del día en 37 ocasiones, de un total de cien cosechas.

Y esa ha sido la principal modalidad de trabajo desde su creación, en 1760.

Otra casa de largo aliento —y de enfoque similar— es Bollinger. Aunque fue fundada en 1829, sus antecedentes datan de 1585, lo que habla de la seriedad y regularidad de sus vinos durante siglos.

Su Grande Année (un millésime o vino de gran añada) también se elabora en años excepcionales. Y su versión RD o recientemente degollada (esto es, después de terminar su largo añejamiento) es una de las predilectas de la casa real británica desde los tiempos de la reina Victoria. Ella fue quien le otorgó el sello como proveedora autorizada de la Corte y, por la misma vía, se convirtió en el champán de rigor de James Bond, el agente 007. Y, por extensión, es la favorita de los consumidores ingleses.

Cuando tenga la oportunidad, ábrase una de estas botellas y experimente en pleno la longevidad de un vino.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar