Ánima y natura

Jaime Arocha
10 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.

Si sucesivos gobiernos persisten en mantener una política, decimos que esta es de Estado. Tal es el caso de los apoyos oficiales que reciben los monocultivadores agroindustriales, cuya mitigación les daría credibilidad a las intenciones de la cumbre amazónica que acaba de pasar. Esos emprendedores son objeto de exenciones tributarias y subsidios, pese a que sus negocios consisten en violaciones sistemáticas de una de las leyes que enunció Charles Darwin: la diversidad de especies vivas cimenta la evolución, entendida como transformación, aumento de la complejidad, adaptación y capacidad de responder a la incertidumbre. En efecto, la producción agroindustrial comienza talando bosques biodiversos para sembrar una sola especie, como pasto, caña de azúcar, teca, aguacate, palma aceitera o papa. Considerando que la naturaleza trata de rehacerse, entonces son necesarias las aplicaciones ingentes de herbicidas e insecticidas. De otra manera, las que en ese contexto se clasifican como plagas, ya sea de insectos o yerbas, perjudicarán la cosecha privilegiada. Si lo ideal es cero bichos, polinizaciones como las de la palma tienen que hacerse con las manos de trabajadores contratados. La uniformidad del cultivo además involucra semillas certificadas, cuyo ADN los genetistas han homologado para hacerlas resistentes ya sea a condiciones climáticas extremas o a enfermedades inesperadas, siempre y cuando el cultivador aplique los insumos químicos que el fabricante ha desarrollado para la semilla en cuestión. Esa monotonía agrícola excluye semillas que comunidades indígenas, afro y campesinas han usado por generaciones, muchas de las cuales han mejorado mediante ensayos etnocientíficos no siempre reconocidos por quienes se consideran poseedores del saber experto.

Las propuestas de la cumbre amazónica celebrada el pasado 6 de septiembre ganarían credibilidad con una política para valorar y salvaguardar el animismo que han practicado los pobladores ancestrales de esas regiones. Me refiero a expresiones religiosas para las cuales los seres de la naturaleza tienen almas comparables a las de los humanos, quienes celebran ritos para realzar su fraternidad con raíces, tallos, hojas, insectos, anfibios y mamíferos. Pueblos que llevan años mostrándonos cómo interpretar los lenguajes de los reinos animal y vegetal, despojándose de la arrogancia de creerse ocupantes del peldaño superior de la creación.

Clasificados como chamánicos, esos conocimientos también priman en el Afropacífico, el Cauca, la Sierra Nevada de Santa Marta, la Guajira, la Orinoquia y el Catatumbo. Su dispersión tiene que ver con la poco reconocida interrelación de nuestros territorios. Desde una visión más íntegra, la salvaguardia de la Amazonia no debería tratarse como si no hubiera bosques altoandinos, las cajas de ahorros para las aguas que transportan nubes y vientos amazónicos, que luego alimentan los grifos de nuestras casas. Empero, brilla por su ausencia el empeño por librarlos de deforestaciones que llegan hasta los páramos para sembrar papas, montar hatos lecheros o campos de golf. La salvación de la Amazonia tan solo será posible mediante compromisos tanto con las diversidades de paisaje, vida y cultura, como con el animismo que las ha sustentado.

* Profesor de antropología, Universidad Externado de Colombia; televidente de Noticias Uno; opositor del belicismo con el cual comulgan el expresidente Uribe, Iván Márquez y sus asociados.

 

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