Año nuevo, vida vieja

Juan Felipe Carrillo Gáfaro
31 de diciembre de 2019 - 07:15 p. m.

Los primeros días del año siempre vienen cargados de buenas intenciones. Están los que hacen más ejercicio, los que quieren comer mejor, los que prometen pasar más tiempo con la familia, los que buscan frenar los excesos, los que necesitan pensar más en sí mismos o los que necesitan un cambio para vivir mejor. El año empieza, como diría Mafalda, como ese cuaderno recién comprado, cuyas intactas hojas blancas son un aliciente para hacer las cosas con más ganas que antes y mantener la esperanza de que todo cambiará para bien.

Si pensamos en el futuro de Colombia, tomando como referente el difuso presente que nos invade, el año debería empezar con el mismo ímpetu con el que terminó; es decir, con la fuerza de una protesta social que exija cambios y justicia a grito herido. Y es que no es normal (¿O si lo es en nuestro país?) que el 2019 hubiera terminado con más asesinatos de líderes sociales. Y es el colmo que la respuesta del gobierno sea reducir estos crímenes a un frío y estúpido porcentaje. Y es una burla que una persona que se hace llamar consejero presidencial en Derechos Humanos y Relaciones Internacionales se aferre a los números para dar a entender que la supuesta disminución de estos crímenes es una prueba fehaciente de lo bien que se ha portado el gobierno para frenar esta tragedia. Como lo afirma Martha Nussbaum en Justicia Poética, "tratándose de vidas humanas imaginadas y sentidas no aceptamos ninguna cifra (…) como correcta, ninguna estadística (…) como aceptable” (p. 102-103).

Por el contrario, como en cualquier secuela de una película de terror, lo único que anuncian esos números es que, si no se actúa con mayor rigurosidad, seguirán los asesinatos. Preocupa ver cómo desde la postura oficial no existe sistematicidad alguna en estos crímenes sino que se trata de una serie de actos delincuenciales que apenas están conectados entre sí y responden a aisladas lógicas de violencia propias de nuestro país. Visto de este modo, el gobierno está defendiendo una tendencia seminegacionista según la cual “no es para tanto” y las causas son tan diversas como el país. No sé por qué, y me disculpo de antemano por lo que sigue, pero las declaraciones del consejero me hicieron pensar en el general Videla cuando afirmaba, con esa cachaza burda y lenguaraz que lo caracterizaba, que los desaparecidos en Argentina no existían precisamente por eso, porque estaban desaparecidos. Algo similar, midiendo las proporciones, le pasó a ese general criollo con nombre de lavadora. Lo aterrador es que si no estamos atentos, este tipo de lógicas se seguirán repitiendo una y otra vez.

Es por estas razones que no debería sorprendernos demasiado el editorial de El Espectador del día 29 de diciembre, titulado “Una navidad en luto”, en el cual se hace mención a las declaraciones gubernamentales sobre cómo se está frenando nuestro círculo de la violencia. Si bien es importante para la moral terminar y empezar el año con una visión positiva de lo que está pasando, tal y como lo presenta el editorial del día 31 de diciembre titulado “A pesar de tantas cosas, hay motivos de esperanza”, me cuesta trabajo creer que todo va a cambiar. No hemos dejado de ser ese país de naturaleza y de vida salvaje en todo sentido. No hemos dejado de ser ese país desenfrenado que nuestros escritores han descrito una y otra vez y cuya evolución en términos de paz positiva, es decir de una paz que trascienda el fin de un conflicto armado, se da a paso de tortuga.

Haciendo el balance de las columnas que escribí y leí este año, noto sin sorpresa que tanto el pesimismo como la denuncia son los principales protagonistas. Me he preguntado si vale la pena seguir con esa tendencia o si por el contrario no es mejor intentar ver el vaso más medio lleno que medio vacío. Me pregunto si al intentar cambiar el tono de nuestra opinión logremos cambiar algunas de nuestras iniciativas cotidianas y convertirnos en personas más propositivas y empáticas. Es un dilema sobre el cual bien vale la pena reflexionar: por un lado, si no seguimos denunciando podríamos terminar olvidando, y en algunos casos negando, lo que está pasando; pero por otro, si no vemos la bondad en medio tanta violencia, podríamos sentir que cualquier iniciativa de paz ha sido en vano.

Confieso que no tengo la respuesta y que no es fácil quitarse de encima la tentación de generar pensamiento crítico desde la denuncia y la indignación. Sin embargo, para que el año nuevo no nos lleve a la misma vida vieja colombiana de siempre, vale la pena que nuestras opiniones valoren también los esfuerzos y las buenas intenciones. En ese orden de ideas, creo que el personaje del año en Colombia son los líderes sociales. A ellas y ellos muchas gracias por todo lo que hacen, por arriesgar y haber sacrificado su vida por nuestro país, por seguir creyendo en causas justas e intentar convertirlas en realidad. Esperemos que este año sea para todos nosotros un año feliz y no un año donde la vida termine siendo reducida a una fría y escalofriante estadística.

@jfcarrillog

 

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