Ante el acecho del “nacionalpopulismo”

Eduardo Barajas Sandoval
22 de enero de 2019 - 05:00 a. m.

En diferentes lugares del mundo, y principalmente en Europa, acecha en este año electoral el engendro peligroso de una mezcla explosiva de populismo y nacionalismo que evoca aquella que condujo a las desgracias del siglo XX. Ante el avance de movimientos y partidos que llevan esas banderas, el reto de los sectores democráticos, con la mirada puesta en el contexto más amplio posible, es el de no sucumbir ante tentaciones que ya han probado su capacidad destructiva.

La participación popular en votaciones de dimensión continental no ha resultado tan atractiva como hubieran querido los impulsores originales de la Unión Europea. La gente sigue todavía con mayor atención la política nacional, mientras ignora o resiente de alguna manera las limitaciones provenientes de los compromisos comunitarios. Por lo tanto, su participación en comicios como los que determinan la composición del Parlamento de Estrasburgo es decreciente.

Este año, no obstante, las cosas pueden cambiar de manera sustancial. Las elecciones al Parlamento Europeo, que tendrán lugar del 23 al 26 de mayo, se pueden convertir en consulta popular sobre el apoyo a la institucionalidad de la Unión y su vigencia frente a los procesos políticos internos de los países miembros. Habrá además elecciones nacionales, regionales o locales en diferentes países, miembros o no de la Unión, como Albania, Bélgica, Bulgaria, Croacia, Dinamarca, Eslovaquia, España, Estonia, Finlandia, Grecia, Irlanda, Holanda, Latvia, Lituania, Macedonia del Norte, Malta, Noruega, Polonia, Portugal, el Reino Unido, Rumania, Rusia, Suiza y Ucrania.

La preocupación proviene del hecho de que en países miembros surgen voces que reclaman mayor autonomía nacional frente a los poderes comunitarios. Lo hacen bajo la sombra del brexit y del manejo incierto de las oleadas migratorias que asedian por todas partes. Es allí donde aparece el hechizo de discursos que proclaman la suficiencia nacional y se oponen a la competencia que para los locales significan “invasores”, que en muchos casos no son más que víctimas del modelo colonial que los mismos europeos propiciaron y usufructuaron en África y el Medio Oriente en siglos anteriores. Cosa que a los votantes de hoy no les interesa, o de la cual tienen poca conciencia.

Las desventuras internas de defensores del europeísmo, como Emmanuel Macron, terminan por convertirse en oportunidad de avance para los gestores radicales del nacionalismo. Al tiempo, en actitud rebelde contra la Europa comunitaria, personajes como Salvini y Di Maio, que gobiernan en Italia como líderes de una “liga antieuropea”, afirman abiertamente que las elecciones de mayo serán “un referendo de la Europa de las élites, de los bancos, las finanzas, la inmigración y el trabajo precario, contra la Europa del pueblo y del trabajo”. De lo cual se hacen eco diferentes partidos y movimientos en otros países.

Manuel Valls, catalán y francés, otrora primer ministro del gobierno socialista de François Hollande, que compite hoy por la Alcaldía de Barcelona en demostración inédita de carrera política en dos tableros nacionales, ha acuñado el concepto de “nacionalpopulismo”. Sugiere que con quienes representen ese modelo no se debe pactar, pues darles campo es jugar con el fuego de entusiasmos que terminan por entronizar el odio y la discriminación. Tiene razón, pues los activistas del nacionalismo y el populismo terminan más tarde perdiendo, pero se llevan a su paso muchas cosas.

El éxito de la propuesta de Valls, en el sentido de oponerse al nacionalpopulismo, no puede depender de políticos tradicionales. Ya se sabe cómo son, y en qué pueden terminar sus campañas, sus acuerdos y sus desacuerdos. La tarea corresponde entonces, principalmente, a los ciudadanos. Afortunadamente, en ese sentido se comienza a formar conciencia en diferentes países. Aunque con fortuna incierta, surgen grupos que tienen claro cómo, para defender los avances democráticos y los de integración del continente, tendrán que apropiarse de la causa y hacer uso de herramientas de expresión política que permiten ir más allá del espectro tradicional de la participación electoral.

La aventura de la movilización a través de las redes sociales conlleva riesgos. Por sus avenidas circulan todo tipo de vehículos de comunicación, cargados de verdades reales y artificiales, ofensas, falsedades y sinsentidos, cuando no de intereses extraños y formas de manipulación con propósitos perversos. Razón por la cual el campo de la acción política colectiva, a través de las redes, implica un reto de madurez y control, lo mismo que de movilización del talante democrático.

El estado de alerta contra los cantos de sirena del “nacionalpopulismo” implica el uso responsable y adecuado de las redes, y el complemento de una vigorosa participación política electoral en términos tradicionales. Tal vez así se puedan evitar los daños que, a partir del ejercicio de un liderazgo negativo, se ciernen en varios países como amenaza al espíritu de cooperación y otros valores esenciales de la democracia. El panorama político de Europa puede cambiar según la dosis de claridad y decisión que los pueblos demuestren en el trámite de esta controversia.

En Colombia habrá también en 2019 elecciones en los órdenes regional y local. Tendrán lugar en un momento en el que la corrupción llegó a niveles insospechados, bajo una especie de sistematización de sus prácticas, que parece haberse hecho parte del paisaje. Por lo tanto, es de presumir que una amenaza se cierne sobre nuestros procesos electorales y sobre los presupuestos departamentales y municipales, que son patrimonio de todos los habitantes del respectivo territorio. Para evitar el asalto que los consuma de manera indebida, nuestra ciudadanía tiene que actuar con interés y decisión. Y debe estar atenta a la aparición de elementos similares o equivalentes a los que tratan de distorsionar el discurso democrático en Europa.

Silencio por un minuto, reflexión sobre el curso presente de nuestra historia, solidaridad de familia y un ramo de flores en honor de los caídos bajo el golpe brutal del terrorismo en la capital de Colombia.

 

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