Apocalipsis y esperanza

Yolanda Ruiz
16 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

No hace falta describir las imágenes desgarradoras que nos están llegando de los incendios en Australia. Las hemos visto, compartido, comentado. Muchos hemos llorado y nos hemos indignado. A mí me atraviesa una sensación doble frente a este desastre que no es único, ni es el primero, pero que sí ha tenido un impacto especial en millones de personas en el mundo: por una parte, no es difícil sentir que se nos vino el apocalipsis y que el futuro oscuro que muchos temíamos llegó ya para instalarse en un presente muy real. Sin embargo, al mismo tiempo conmueve el tremendo efecto que ha tenido en los ciudadanos esta tragedia compartida por humanos, plantas y animales. Las reacciones que ha generado me permiten intuir que tal vez tenemos esperanza. ¿Será?

Quiero creer que así es porque he visto a hombres y mujeres poner en riesgo su vida en intentos exitosos o fallidos de controlar las llamas y salvar no solamente a los humanos sino también a los animales. He visto a muchas familias en medio de su propio drama recibir en sus hogares a animales salvajes heridos que logran así una nueva oportunidad. He visto toneladas de zanahorias que llovieron desde aeronaves para que los sobrevivientes de especies devastadas tengan alivio ante el hambre que apremia porque el fuego se llevó la comida también.

Y si de humanos hablamos: los miles de australianos que han tenido que huir de las llamas le han puesto rostro a la crisis climática que a veces suena exagerada, distante. En un solo día de esta emergencia dieron la orden de evacuar a más de 200.000 personas que dejaron todo para salvar la vida. La crisis es real, está aquí y no se puede negar. Lo que pasa en Australia parece sacudir a una especie que se acostumbró a abusar del planeta con total impunidad. Sin embargo, mucho camino falta para que se tomen las decisiones de fondo que se requieren para mitigar el daño que ya es irreversible.

Si hay esperanza por lo que hacen los ciudadanos, por la solidaridad que hoy tenemos frente a los animales y los bosques, también hay más sombras que luces en esta emergencia por cuenta de un gobierno que, como muchos otros en el planeta, vive desconectado de la realidad y niega lo evidente: que estos incendios no son “normales” ni “comunes” ni “estacionales”. El primer ministro, Scott Morrison, tuvo que salir a reconocer los errores en el manejo de la emergencia ante las críticas de la población, que no acepta la pobre respuesta frente a una tragedia épica. El líder político es defensor de las industrias contaminantes, minimizó el impacto de los incendios desbordados, se fue de vacaciones mientras el fuego estaba arrasando su país y se muestra lejos del clamor de la sociedad que exige ya respuestas contundentes para frenar la crisis climática.

Nuestra especie es extraña porque parece haber perdido su instinto de supervivencia: mientras el planeta en el que vivimos se nos deshace, seguimos teniendo al frente de muchos gobiernos a líderes que lo quieren seguir incendiando. Es el momento de un timonazo de fondo si queremos evitar que todo el planeta se convierta en Australia. Los pañitos de agua tibia que deciden en las cumbres climáticas son como pretender calmar las llamas en Australia con un balde de agua.

Hemos visto a canguros y koalas abrazados a humanos que los salvaron de las llamas, hemos leído de los millones de animales muertos y los muchos humanos desplazados de sus hogares, hemos sido testigos del heroísmo de bomberos y voluntarios. Los ciudadanos hacen lo suyo, mientras los líderes nos llevan al infierno. Ojalá cuando nos llegue la hora de decidir a quiénes ponemos en esos cargos no se nos olviden las imágenes que nos llegan desde Australia. No todo es cuestión de plata. Esto es cuestión de supervivencia.

 

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