Sirirí

Aprovechando la pandemia

Mario Fernando Prado
08 de mayo de 2020 - 05:00 a. m.

Los mal llamados indígenas nortecaucanos sí que la saben hacer. Aprovechan cualquier coyuntura, cualquier descuido y dan sus golpes a mansalva sin importarles lo que está sucediendo a su alrededor. ¿Acaso no saben que estamos afrontando una pandemia de incalculables consecuencias? Es probable que no, o se hacen los que la ignoran, porque para eso sí no son colombianos, pero en cambio para exigir y chantajear a los gobiernos parecen unos boy scouts: siempre listos.

Sus últimas incursiones así lo demuestran. Siguen apropiándose a sangre y fuego de territorios de agricultores que llevan décadas cultivando caña de azúcar para venderla a los ingenios, sin obtener algunas veces el mínimo rendimiento, pero insisten, persisten y no desisten. Y en eso se les va la vida, protegiendo un patrimonio que en cualquier momento es invadido e incendiado, haciendo trizas muchos años de sudor y lágrimas.

Viene entonces la autoridad a hacer respetar el derecho constitucional que protege la propiedad privada. Pero eso les vale huevo, argumentando el derecho ancestral sobre unas tierras que jamás les pertenecieron, entre otras cosas, porque hace cientos de años eran un pantano.

Pero no. Con la razón o sin ella. Contra viento y marea. Por las buenas o por las malas, ahí se quedan. Y lo curioso es que los otrora terrenos cultivados y productivos se convierten en sus manos en rastrojos enmalezados, con el cuentico ese de la Pachamama. Mientras tanto, los gobernantes de turno, para quitárselos de encima, les dan billones (con B de burro) con los que compran burbujas blindadas, apartamentos en Rosales, viajan en primera clase y se tornan en los verdaderos terratenientes que lactan del Estado, cual buitres hambrientos.

Y como estamos empandemizados, pocas bolas les están parando a estos despojos que ya acumulan miles de hectáreas, entre la tierra que les han robado a los verdaderos campesinos, a los verdaderos cultivadores y a los ingenios azucareros que dan trabajo bien remunerado a la gente de la región.

Lo más grave es que allí impera la ley del más fuerte y, paradójicamente, tiene más fuerza un indio alborotado que un soldado humillado, quien a pesar de portar su fusil tiene prohibido defender la Constitución y hasta su vida misma.

 

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