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Apuestas por la educación bogotana y ludopatía política

Luis Carlos Reyes
01 de octubre de 2015 - 02:00 a. m.

No hay nada más urgente en términos de política educativa en Bogotá que retener a los buenos profesores del sur de la ciudad y mejorar la atención a la primera infancia.

Pero como los programas de gobierno de los candidatos a la alcaldía le “apuestan” con el entusiasmo de un ludópata o adicto al juego a todo tipo de iniciativas, no se sabe si entienden cuáles son primordiales y cuáles no.

Deslumbrados por el casino, los candidatos se olvidan de apostarle a la igualdad dentro del mismo sistema educativo público. Sucede que, de manera sistemática, los maestros con menos experiencia y por tanto los menos efectivos son los que se encuentran en Usme, Bosa y Ciudad Bolívar, ya que apenas tienen suficiente trayectoria para transferirse a localidades del norte se van. Es necesario que los mejores docentes estén en donde más se les necesita, y que se les compense adecuadamente por el esfuerzo adicional de vivir o transportarse allá. Pero nadie habla de eso.

Por lo demás, Clara López, Enrique Peñalosa y Rafael Pardo se comprometen a apoyar a la primera infancia y - con una profusión de palabras de moda que no dicen nada, típica de los documentos burocráticos – a explotar sinergias, empoderar, potenciar, articular y gestionar por doquier. Los tres quieren más cupos universitarios, mejor atención a los estudiantes discapacitados, buen transporte y alimentación escolar, educar y dar desarrollo profesional a los docentes del distrito, mejorar la educación técnica, implementar la jornada completa, prevenir el embarazo adolescente, proteger los derechos de las minorías étnicas y LGBTI, construir más colegios, reducir la deserción escolar y fomentar el aprendizaje de lenguas extranjeras.

Hay “apuestas” que no mencionan todos, pero que seguramente apoyan los tres. Estas son mejorar las bases de datos y sistemas de seguimiento de equipamientos educativos, estudiantes y docentes (Pardo); orientar a los jóvenes en su elección de carrera universitaria (Peñalosa); prevenir la violencia escolar y darle un papel importante a la educación digital (López y Pardo); y fomentar la participación comunitaria en la política educativa y dar textos escolares gratuitos (López). Sólo hay una diferencia filosófica clara en cuanto a dar apoyo a los colegios de concesión y al trabajo conjunto con el sector privado para mejorar la educación, lo cual proponen Peñalosa y Pardo pero no López.

Que las ideas sean parecidas no es problema. Lo que preocupa es que son imprecisas y no reconocen que donde hay recursos limitados hay disyuntivas. Por ejemplo, sabiendo que la mayor parte de los niños bogotanos recibe una educación temprana, primaria y secundaria que no los capacita para la universidad, darle igual importancia a la creación de cupos universitarios que a la educación temprana es un error. Esto beneficia más a quienes tienen ventajas económicas y una buena educación, y deja a los pobres en las mismas. ¿Cómo sabemos qué importancia relativa le dan los candidatos a cada política? Ninguno nos dice, porque es fácil prometernos el cielo y la tierra sin decirnos cómo nos los van a dar.

Ojalá algún candidato apostara menos pero prometiera, con cifras concretas, concentrar su inversión educativa no solo en cosas buenas sino en las que más se necesitan: retener buenos maestros en el sur y mejorar la atención a la primera infancia. Pero mientras los ciudadanos nos sigamos conformando con que los políticos nos digan las vaguedades que queremos oír, no podemos esperar que se acaben el desperdicio y la desigualdad. Exijámosles más.

Luis Carlos Reyes, Ph.D., Profesor Asistente, Departamento de Economía, Universidad Javeriana.

 

 

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