Aquí no va a pasar nada

Hernando Gómez Buendía
25 de noviembre de 2017 - 02:00 a. m.

La explicación principal de la historia reciente de Colombia es la ineptitud de nuestras Fuerzas Armadas.

Esto no significa negar el heroísmo de los miles de soldados que han caído en defensa del Estado de derecho. No significa que una victoria militar hubiera sido fácil. Ni significa que la culpa sea sólo de los generales, sino también de los gobernantes que condujeron a esas fuerzas militares.

Pero esa ineptitud sí significa que las Fuerzas Armadas de Colombia son las únicas de América Latina que no pudieron derrotar a unas guerrillas campesinas y carentes de apoyo popular. En Cuba, Salvador y Nicaragua las guerrillas tuvieron apoyo popular. Y los ejércitos acabaron con un total de 27 guerrillas comunistas en Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador, Honduras, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela.

Colombia en cambio no acabó con las guerrillas, y en vez de eso padeció un desangre de más de medio siglo. Los paramilitares vinieron a suplir la impotencia del Ejército, y por eso el conflicto fue tan sumamente degradado.

Y sobre todo Colombia tuvo que buscar una salida política para el problema militar que no pudo resolver: ¿Cómo —y qué— negociar con unas guerrillas que en realidad nunca tuvieron apoyo popular?

Sé que este juicio suena exagerado, pero las Farc acaban de entregar la prueba reina: todos sus candidatos al Congreso son exguerrilleros miembros del mando militar, y todos ellos aspiran a ser elegidos por las grandes ciudades, no por las zonas rurales donde decían tener “bases sociales”.

O sea que las Farc eran una fuerza militar, pero el Gobierno negoció con ellas como si fueran la fuerza política que representa a los muchos colombianos cobijados por la agenda de La Habana: los campesinos sin tierra (“reforma agraria integral”), los cocaleros (“solución al problema de la droga”), los movimientos populares (“apertura política”) y los millones de víctimas del conflicto armado (supuestamente el “centro” del Acuerdo).

Esta ficción fue la única manera de convertir lo militar en lo político, pero es también una estafa para los de abajo. Los campesinos, los cocaleros, los movimientos sociales, las víctimas —y de paso los indígenas, los afros, las mujeres y los gais— “representados” por esos mismos guerrilleros que les hicieron tanto daño. Santos, De la Calle y el presidente de la ANDI regateando en La Habana las reformas que le urgen a Colombia porque no había que ceder ante los narcoterroristas. Y por supuesto Uribe y la derecha dura decididos a impedir las reformas.

El resultado de esa estafa es lo que estamos viendo. Impunidad para los comandantes —y de paso para los generales y otros personajes que degradaron esta guerra inútil—. Reforma agraria, atención integral a cocaleros, apertura democrática y reparación de víctimas que no se harán porque no hay una fuerza política que pueda realizarlas.

Y por si falta hiciera, ahora viene Vargas Lleras para acabar de asegurar que aquí no pasó nada.

* Director de la revista digital Razón Pública.

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