Aquí no viaja un equipo

Antonio Casale
29 de abril de 2019 - 11:00 a. m.

Cada quien tiene su manera de hacer las cosas, y aunque no hay ninguna que asegure el éxito, hay unas más amigables que otras.

Por ejemplo, Andre Agassi en su autobiografía confesó que llegó a odiar el tenis y que se hizo profesional para poder irse de la casa. Mientras vivió con su papá la única manera de llegar a dormir en paz era ganar el partido del día. Eso le generó una presión insoportable. Después creció y fue la leyenda que todos conocemos. A Rafael Nadal, por el contrario, cuenta Jonn Carlin en su biografía, nadie lo obligó, le pidieron que hiciera su mejor esfuerzo, pero fue un niño feliz que eligió el camino de la raqueta cuando también pudo ser futbolista.

José Pékerman logró al frente de la selección de Colombia los mejores resultados de la historia, algo que no admite ninguna discusión. Los jugadores lo adoraban y todos confiesan que él les imprimió esa seguridad que nunca tuvo alguna selección de mayores, la seguridad de saber que no existen objetivos imposibles. Fue así como en su era se lograron unos cuartos de final de un Mundial, octavos en otro, una semifinal de Copa América, la mejor eliminatoria mundialista de la historia, la de 2014, y haber sido cabeza de serie en Brasil gracias a estar entre los ocho mejores del mundo en el ranquin de la FIFA, algo que hoy parece lejano. Los más puristas dicen que nunca supieron a qué jugaba Colombia y los jugadores se cansaron de responder en la cancha con un hecho claro, Colombia jugaba a ganar. Siempre propuso, fue adelante y sacó el mejor provecho de sus individualidades. Esto último es muy inteligente dado el poco tiempo para trabajar que tienen los seleccionadores.

Sin embargo, Pékerman siempre fue muy lejano a la gente, nunca se preocupó por compartir sus ideas con los colegas colombianos, jamás se le vio cerca de los juveniles, no pudimos saber los colombianos cómo era que trabajaba y aunque algunos digan que lo único que nos debe interesar es la manera como actúe el equipo en la cancha, Pékerman siempre jugó al filo de la crisis, porque esa distancia generó tal lejanía con el entorno que un amplio sector del establecimiento futbolero se dedicó a buscarle la caída, hasta que lo logró.

Queiroz en cambio abrió esa cortina que escondía muchos secretos. Habla con los técnicos del rentado local, se relaciona con los seleccionadores juveniles, comparte sus ideas con la prensa para que los periodistas podamos contarle a la gente lo que es, no lo que creemos que es.

Es cierto que por ahora todo es romance entre Queiroz y el entorno. Ojalá cuando lleguen los cuestionamientos, algo normal en la vida de cualquier proceso, el de Mozambique tenga la sabiduría de mantener así a la tricolor, porque como decía el bus de la selección en Brasil 2014, aquí no viaja un equipo, viaja todo un país.

 

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