En la "recepción de trámites a rechazar” un señor grande espera de muy mala cara con su sello. Otro muy similar atiende con los brazos cruzados en otra ventanilla: “aquí tampoco”. A la oficina de “Quejas” llega un indignado señor con su escopeta y tres patos.
Es el mundo de Quino.
En prensa argentina cuentan que cuando Umberto Eco quería relajarse leía Hegel y que si se trataba de pensar pasaba a Mafalda. Para Saramago, dicen, Mafalda era su maestra de filosofía. Palabras de cariño para despedir a Quino. Exageradas, como debe ser.
Dicho por él mismo en alguna entrevista lejana: el monetarismo y la indiferencia a los dramas sociales. Esos eran algunos de sus temas de preferencia. Los más jodidos y los que pisotean y gritan duro. La crónica en historieta toma partido, pero aun así es impredecible. Más humor que manifiesto político. El partido de la anarquía.
En una cocina el chef ríe a escondidas ante lo que piden sus comensales. En un avión el piloto se aferra a sus talismanes. En un día soleado, un coronel que grita y ocho que le contestan. “¡Soldado! ¿Estás dispuesto a morir en combate? ¡No, mi coronel, yo quiero irme con mi mamá!”.
“La relación entre el poder y la gente”, o así lo explicó. En dibujo, las mil gradaciones de empleados humillados por sus jefes hasta la desesperanza, y de ahí a la comedia. Además de sus pequeñas revanchas. O el diferente, el que no encaja, el que piensa en hormigas cuando los demás sueñan con las flores que les vende el político de turno.
Una senadora del Centro Democrático trinó: “El maestro falleció. Nos deja tantas enseñanzas y reflexiones”. Salvo que se trate de un chiste, cosa rara en el uribismo, no se referirá a la lucha por la desigualdad. O al todavía vigente “palito de abollar ideologías”, que Mafalda señala al toparse con un policía.