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Arde Atenas

Pascual Gaviria
02 de septiembre de 2009 - 03:06 a. m.

EN LOS PERIÓDICOS DE LA SEMANA pasada apareció Atenas rodeada de una corona de fuego.

Las llamas se insinúan sobre el borde de las colinas cercanas a la ciudad e invitan al lector indolente, más cercano a su biblioteca que al calor de los incendios, a buscar algunas páginas para enaltecer la tragedia. También arde California, incluso con más fuerza, pero el escenario es de utilería y las llamas recuerdan los combates de Arnold Schwarzenegger y no los de Temístocles.

El fuego en Atenas es diferente así aparezca bajo el mismo formato de las agencias de prensa; como es diferente el ruido de las olas del Egeo contra el casco de los barcos, así se trate de cruceros para europeos de la tercera edad. Basta aguzar un poco la imaginación. Con la ayuda de Hölderlin, por ejemplo. Se pone la foto a un lado y se lee en voz alta un trozo del poema Archipiélago: “Y, ¡oh dolor!, cae la espléndida Atenas; vuelven los ancianos fugitivos / sus ojos lastimeros desde la montaña, donde las bestias / oyen sus clamores, hacia las viviendas y los templos humeantes; pero las súplicas de los hijos no pueden reavivar las sagradas cenizas, / y sobre el valle ya reina la muerte; en el cielo se pierde el humo del incendio, / y el Persa, cargado de botín, sigue su marcha…”.

También para los atenienses de hoy los incendios han despertado la memoria y la imaginación. El fuego apareció tres semanas antes de las elecciones y todos coinciden en que ha sido una estrategia de campaña, un juego político bajo la mano de los pirómanos. Luego de los incendios la derecha en el poder ha perdido el favoritismo en las encuestas. Cada ciudadano tiene su propia teoría sobre los culpables de la primera chispa. Ha revivido el recelo contra los musulmanes y los turcos. Han sido ellos, dicen algunos hombres en la calle y de nuevo pueden aparecer las palabras de Hölderlin: “…el enemigo del genio, el persa, que manda en muchas / tierras, / cuenta desde hace años la multitud de armas y vasallos / y de la tierra griega se burla, y de sus islas escasas, y las estima el rey cosa de juego…”.

Según el escritor español Javier Reverte, cuando el turista actual llega a Atenas descubre más un arrabal que sirve de escaparate de vulgaridades que un esplendoroso templo de la cultura. Sólo después de visitar los museos, con las escenas de los bajos relieves aún vivas, logra el visitante encontrar algo de la antigua Grecia entre las calles. Pero también la mezquindad de los políticos puede entregar una postal maravillosa para quienes no hemos tenido la suerte de visitar ni sus museos ni sus barrios llenos de baratijas.

Según la historia que recrea Hölderlin en Archipiélago, Atenas fue evacuada antes de que llegaran los persas, sus ciudadanos fueron llevados a tres islas cercanas y se confió la suerte a la batalla naval en Salamina. El fuego y el mar conservan para siempre sus formas, el humo no ha cambiado la manera de levantar sus nubes negras sobre la tierra, la Acrópolis iluminada todavía corona uno de los cerros de la ciudad; así que la lucha sórdida de hoy por unas sillas en el Parlamento puede entregar el mismo paisaje que la batalla de hace 2.500 años. Los cruceros no se suspendieron por los incendios y es posible que algún viejo profesor alemán haya leído en la cubierta, alejado del ruido del casino, estos versos mientras contemplaba el fuego en la costa: “¿Dónde está Atenas, dime? ¿Se redujo a cenizas, ¡enlutado Dios!, / cubriendo las urnas de los grandes antiguos, tu ciudad, / la que tú más amabas, en las sacras orillas? ¿O existe aún algún indicio suyo, para que el navegante, cuando / pasa, la recuerde y la nombre?”.

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