Hace unos 20 años, cuando era estudiante universitaria, me movía a diario por el centro de Bogotá. En ese entonces fui víctima de atraco varias veces. Una vez esperando el bus, dos hombres me cogieron de gancho a lado y lado y uno de ellos me mostró un cuchillo escondido en la chaqueta. Aterrorizada entregué lo que me pidieron. Los otros robos fueron menos cinematográficos, pero no menos constantes. Recuerdo a un hombre que permanecía en unas cuadras predeterminadas pero vitales para el tránsito estudiantil y que pedía “cualquier contribución” mientras daba pistas de un vidrio sucio y puntiagudo que escondía en la manga del saco.
Lee este contenido exclusivo para suscriptores
Armas fuera de control
13 de marzo de 2021 - 03:00 a. m.