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Armstrong en el país de las maravillas

Columnista invitado EE
25 de enero de 2013 - 03:38 p. m.

A raíz del escándalo, una biblioteca australiana decidió, entre “chiste y chanza”, que los libros sobre el ciclista Lance Armstrong se cambien de la sección de deportes a la categoría de ficción.

Los libros que mostraban las imágenes del siete veces campeón del Tour de Francia, que explicaban su programa de entrenamiento y que lo calificaban como el más grande campeón de campeones en el mundo, quedarían entonces al lado de Alicia en el país de las Maravillas y la tierra media de El Señor de los Anillos. El día que se tomó la decisión, los encargados respondían a los sorprendidos visitantes que “se avergonzaban de recomendar los libros de Armstrong”, pues “te quedas mirándolos, poniendo en duda si las lecciones son honestas y reales”.

Y quizá tengan razón en la biblioteca de Sidney, que las enseñanzas de aquel entonces, del hombre invencible sobre el caballito de acero que ganó sin una gota de doping siete Tour de Francia consecutivos, sean mentira. Pero las lecciones que le deja hoy Armstrong al mundo, no.

Mientras veía la entrevista/confesión que el ciclista concedió a Oprah Winfrey, me preguntaba: ¿Por qué creerle a este mentiroso profesional, que se dedicó a repetir tanto el cuento hasta que, al parecer, se lo comió?. Porque el que estaba ahí sentado era el ser humano, en carne viva, sin una gota de doping, espero. A lo largo de la entrevista que aún le da la vuelta al mundo, Armstrong admitió que se dopaba para ganar, la noticia de titular, pero también que “se trataba de ganar a cualquier precio”, cosa que no llamó mucho la atención en un mundo donde hecha la ley, hecha la trampa. Al ciclista le fue imposible parar una mentira que se alimentaba de fama, dinero y poder; que creó un personaje invencible no sólo en las rutas que recorren la geografía francesa, sino ante cualquiera que pretendía ponerlo en evidencia ante el mundo.

Con esa risita nerviosa, que lució Armstrong durante la entrevista/confesión, entregó una buena chiva periodística, contó cuál será su próximo trabajo: “Pasaré el resto de mi vida intentando ganarme otra vez esa confianza y pidiendo perdón a la gente”. De esta tarea, ojalá, sí puedan escribirse libros ciertos, con lecciones honestas. El nuevo reto del ciclista se ve más duro que los siete toures juntos, una tarea casi imposible pues la buena reputación no es algo que se construya con la velocidad que lo caracterizaba en las pistas. La reputación cuesta décadas construirla, paradójicamente es el intangible más valioso de las compañías y personajes.

Al final de la historia de ficción de Armstrong hay un personaje que quizá sea el que rescate la leyenda: la esperanza de millones de personas. Yo no sé ustedes, pero por esas épocas yo lucía orgullosa la manillita amarilla de la campaña Livestrong, por lo que ésta transmitía: la fuerza de vivir. Sí, Armstrong mintió, engañó al mundo. El hombre-máquina que era capaz de ganar siete Tour de Francia continuos sin doparse no existe, pero la fuerza de la vida sí, las ganas de luchar que esto inyectó, como la mejor quimioterapia, en millones de personas alrededor del mundo, sí.

Entonces, la próxima vez que quiera saber algo más del campeón de campeones, no busque sólo en las secciones deportivas o de ficción… pues es una historia que tiene que ver más con la fuerza de la vida, para bien y para mal.

 GiGliola Valero

 

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