¡Arranca Manizales!

Aura Lucía Mera
08 de enero de 2019 - 05:00 a. m.

Desde 1955 Manizales abre sus puertas para brindarles a conciudadanos y visitantes una semana en que se encuentran y vibran la música, los toros, las cabalgatas, las exposiciones artesanales, las muestras culturales, el Reinado del Café y los encuentros gastronómicos, convirtiéndose en la mejor anfitriona de Colombia, por la amabilidad y el calor humano de su gente, la alegría espontánea que brota del alma, el cariño y la fraternidad sin distingos de estratos económicos ni sociales. Una semana donde todos formamos parte de una gran familia.

Recuerdo mi primera visita. Un largo recorrido. El DeSoto señorial de la familia, donde cabíamos las tres hijas, un primo y los papás. Toda una aventura desde Cali hacia esa ciudad incrustada en el filo de una montaña, custodiada por un nevado. Un viaje hacia lo desconocido y misterioso. Todas las horas del mundo pasaron sin sentirse porque la expectativa superaba cualquier cansancio. Al fin llegamos. El Hotel Escorial nos daba la bienvenida; nos sentíamos en un castillo encantado. Mi primo jamás logró poner la ropa en los cajones porque, como Sísifo, siempre que guardaba algo, caía al suelo... hasta que caímos en cuenta de que no tenían tablas. ¡Más magia!

Subir al nevado era como llegar al cielo. Un camino en zigzag de arena oscura de repente desembocó en un manto blanco y luminoso. La nieve brillaba. Se podía coger con las manos y nos la empezamos a comer. Los papás gritaban algo como “cuidado con el soroche”, pero nos revolcábamos, corríamos y saltábamos enloquecidos de la felicidad... creíamos que soroche era un animal.

Pasan los años. Regresamos a la cabalgata con la Escuela Ecuestre del Campestre de Cali. Chaqueta roja, plastrón blanco, cubilete. Caballos ingleses que castañeteaban con sus cascos rítmicos el pavimento. No había traquetos ni siliconas. Era señorío y arte. Era una señora Feria, acompañada de Carrozas del Rocío y reinas con porte de reinas... y los toros... ¡los toros!

Después ir como artistas del Circo de Variedades de Cali. Yo actuaba en el Chorus Line del Municipal Hall. El Teatro Los Fundadores nos recibió con lleno completo y ovación.

Después de muchos, muchos años sin regresar, este es mi tercer año consecutivo. Ha pasado mucha agua por debajo del puente, de mi puente, pero encuentro intacto su sabor original. Ese calor humano, esa alegría... ese sabor singular de esa ciudad única, que tiene el privilegio de los atardeceres más bellos de Colombia, donde se confunden las alturas nevadas con los valles en el horizonte, todo envuelto en naranjas y azules pálidos que se desvanecen en grises metálicos hasta encontrar la noche.

Esa ciudad hecha a pulso, que no le teme a la furia ardiente de un cráter amenazador, que se sobrepone a todas las tragedias naturales, que progresa, que vibra y que jamás pierde el norte ni se deja tentar por oropeles de papel. Una ciudad con garra y fuerza. Identidad y tradición.

Arranca de nuevo su Feria y nos envuelve en su magia, nos convierte en familia, música, arte, cultura y toros... ¡esos toros! Arrancándonos también de las gargantas ese “¡ay, Manizales del alma!”. Ciudad con duende y sabor.

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