Artilugios para capotear la ansiedad flotante y la zozobra periférica

Ignacio Zuleta Ll.
05 de mayo de 2020 - 05:00 a. m.

Como a pesar de estar haciendo lo posible por mantener el giróscopo centrado hay en todos nosotros un “no-me-hallo” indefinible, me puse en la tarea de observar la natural desazón y elaborarme un decálogo, que me tomo la libertad de compartir. El único “doctorado” que tengo sobre el tema es una clausura voluntaria de 12 años en un monasterio de la India y un pergamino  que da fe de lo que sabe el diablo más por viejo, escrito a pulso.

Observarse. El cultivo del testigo imparcial es un arte. Implica no enrollarse con las actividades desquiciadas de la mente, que se enreda fácilmente con el ego y sus demandas, y así procuramos una distancia desprendida. Santa Teresa de Ávila lo llamaba mirar los eventos ”con los ojos de Dios” y el yoga lo llama el observador imparcial. Los mayores poco a poco aprendemos a tomar esa distancia porque es una cuestión de perspectiva, y desde luego tiene mucho que ver con reírse de sí mismo.

Respirar. La fisiología nos enseña que los ritmos de la respiración y su profundidad influyen de manera directa en la actividad mental y emocional. Respirar, contando segundos de inhalación y exhalación con ciertos ritmos, empareja las ondas cerebrales; una inhalación sin prisa y una exhalación larga y completa ayudan a calmar el sistema nervioso. La milenaria técnica de enfocar la conciencia en la respiración natural es un ancla corporal desde la que las facultades superiores de la mente observan con desapego la cháchara interior, que en estos tiempos está monotemática, enervada.

Soltar el control. Nada que más libere a la mente de sus cargas que saber que no controlamos nada y que en últimas lo que pase en el mundo supera nuestras capacidades de maniobra. Una indignación serena que podrá expresarse en las urnas, en la calle o en las redes o una compasión cálida y altruista son higiénicas; pero muchas cargas que le imponemos a nuestro fardo personal, en realidad no nos pertenecen. El “hágase Tu voluntad” de los católicos es una fórmula magistral que cultiva la humildad y libera de las angustias personales.

Pensar primero en los otros. Cuando nos agobiamos con nuestras propias inquietudes, nada mejor que pensar en los otros. No es consuelo de tontos, sino una empatía universal como congéneres, que nos saca de nuestras miserias y las pone en panorámica. Nada más poderoso que elevar plegarias que no sean para mí o que estar pendiente de levantar a alguien que lo necesita igual o más que yo. La ley cósmica establece que uno no tiene sino lo que entrega.

Polo a tierra. Cuando quiero restablecer el wi-fi del teléfono y veo que hay una docena de enrutadores emitiendo sus señales en el vecindario, me percato de la cantidad de ondas que mis átomos reciben (hay que desconectar el router por la noche). Ahora que podemos ventilarnos un poco, salir al parque o en su defecto a un jardín y descalzarse, descarga de inmediato. Además el contacto con la naturaleza nos recuerda que la vida sigue y esta constatación empírica nos renueva y refresca.

La vida interior. Los poetas, los místicos y los artistas, entre otros, cultivan su vida interior con el mismo o más esmero que la vida exterior. No se trata de huir, sino de complementar el viaje mirando para adentro, en donde hay un universo tan complejo como el de afuera. Esta exploración apasionante nos convierte en seres humanos integrales; nos sirve de refugio en el peregrinaje hacia el destino y nos permite obedecerle al oráculo el: “conócete a ti mismo”,una tarea nada despreciable. Caben aquí el papel de la contemplación, la creatividad y la imaginación juguetona; y evoco la anécdota de Paloma, una amiguita de trs años largos que preocupada de ver, en el encierro, tristona a su muñeca, le propone: “Por qué no cierras los ojos y viajas a la playa, o puedes lanzar una cuerda a un árbol alto y de ahí subir al cielo a recoger estrellas”.

El ejercicio físico. A riesgo de parecer consejo de Instagram, confirmo que mover el cuerpo en un deporte, o en yoga, o en una buena danza improvisada, renueva en las células la alegría de vivir, pone a fluir las mejores endorfinas, drena la mala leche y prepara al organismo para enfrentar mejor los virus del entorno y los virus de la mente.

Una cosa a la vez. El fatal “multitasking” es un mito; en realidad el cerebro no puede hacer dos tareas a la vez y tratar de realizarlas lo obliga a cambiar rápidamente el foco. Las neurociencias concluyen que este querer estar en dos partes al mismo tiempo sobrecarga el sistema, disminuye la eficiencia, es madre de la ansiedad y padre del estrés. La solución está en enfocarse, con disfrute, en cortar la cebolla del almuerzo, en barrer un rincón sin querer trapearlo al mismo tiempo y en emprender una sola tarea atentamente. Malas noticias: las redes sociales, dice el mismo estudio, no son nada distinto al “multitasking”, con sus varias tramas y asuntos paralelos.

Mantener la mente positiva. El filósofo Sir Bertrand Russell, personaje sabio y alegre, decía que no es posible evitar que las aves de mal agüero sobrevuelen nuestras cabezas, pero lo importante es no dejar que hagan su nido en ellas. Es decir, tratar de mantener un cierto optimismo metabólico y disciplinado, por principio.

 La anestesia. Como no todo es rigor, si después de probar las anteriores el mal aún persiste, una hora de Netflix, un buen libro, una cerveza en una larga conversación con una amiga, ayudarán a navegar por estas aguas enrarecidas que surcamos..

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