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Así paga el diablo…

Pascual Gaviria
01 de abril de 2009 - 03:52 a. m.

LA PROFANA REALIDAD ES SIN DUDA un reino de contradicciones. Los apetitos, el límite difuso de los pecados, las virtudes trocadas en vanidad hacen que los correligionarios se miren con recelo y comiencen a pensar en las intenciones de la piedad ajena. Entonces la pérfida sentencia de Sartre se convierte en una oración para el desahogo: “El infierno son los otros”.

Álvaro Uribe ha sido, tanto de palabra como de obra, una oveja del rebaño católico al tiempo que un pastor que ha sabido multiplicar el poder y la presencia de la Iglesia en las liturgias del Estado. Los consejos comunales terminan siempre con el tono de la misa campal. La humildad católica es el contrapeso del Uribe colérico. Prosternado ante la beatitud del padre Marianito el Presidente hace votos al tiempo que los consigue. Y las ternas que envía la Presidencia para proveer un cargo público tienen siempre un padre ya elegido, un hijo en turno y un etéreo espíritu santo. Un decreto volvió a hacer obligatorias las clases de religión en los colegios públicos con salvedades para preservar la libertad de cultos que dejan algunas dudas. Y el ingreso a la nómina estatal de la órbita palaciega permite demonios variados pero con olor a santidad y cruz en la solapa.

Sin embargo la Iglesia tiene lealtades y cálculos por fuera del mundo cruel de la política. Sus lógicas siguen plazos más largos y menos urgentes que las mezquindades electorales, puede darse el lujo de ignorar al mesías de las urnas y mirar su propio relicario. De modo que en las últimas semanas la Iglesia demostró ser el jugador más independiente de la política en Colombia.

Monseñor Rubén Salazar dijo sin titubeos que en la democracia la voz del pueblo no siempre es la voz de Dios y que el presidente Uribe debería reprimir sus tentaciones de poder. Además, aseguró que la única salida al conflicto colombiano es la negociación. Para el Gobierno debe ser difícil ver a la Iglesia “bendiciendo” las cartas de los Colombianos por la paz que han sido tachadas de estrategias del terrorismo desde la Casa de Nariño. Uribe puede ignorar a los monseñores pero no se atreverá a descalificarlos. Es posible, entonces, que la mano de la Iglesia —con ingenuidad probada y fe en los milagros— logre mover un poco a la opinión hacia el terreno de las negociaciones. Una herejía que el candidato-presidente sería incapaz de tragar.

Desde los días de la última entrega unilateral de secuestrados por parte de las Farc, cuando Uribe dijo que delegaba el tema en la Iglesia y el mismo monseñor Salazar respondió con algo de molestia y sorpresa, diciendo que desconocía las propuestas del Gobierno y que la Iglesia no era omnipotente y tenía sus límites, parece que la Presidencia y la Conferencia Episcopal han perdido sintonía. Cada uno alumbra su estampa preferida. Pero la Iglesia no sólo se atreve a hablar de negociaciones y reelección. Hace dos años monseñor Augusto Castro prevenía contra los peligros de un TLC mal llevado. Y en los tiempos de Pastrana los obispos de Barrancabermeja y San Gil elogiaban la propuesta de las Farc de suspender el pago de la deuda externa. ¿Volverán esas invocaciones?

Hace un tiempo el presidente del Polo Democrático dijo que la Iglesia debe dirigir a sus fieles y no impartir directrices para todos los colombianos. Los intrincados caminos celestiales han hecho que Uribe comparta su posición y prepare la fundación de su propia iglesia ortodoxa.

wwwrabodeaji.blogspot.com

 

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