En respuesta al editorial del 19 de noviembre de 2020, titulado “Ante la tragedia, unión”.
Es cierto que los colombianos vivimos impotentes una catástrofe ocasionada por la madre naturaleza y que ante esta tragedia debemos estar unidos.
Pero la calamidad que hoy sufre la isla de Providencia no debería tener como única culpable a la causa natural. No, somos tan culpables todos, pues no hacemos lo suficiente para evitar el calentamiento global. Son igualmente culpables el Gobierno nacional y los que le han precedido, por la desidia y el olvido en que han mantenido los dominios ultramarinos.
Mientras el editorial elogiaba el accionar del gobierno Duque por el manejo de la catástrofe, El Espectador, a renglón seguido y en otro artículo, titulaba citando al profesor colombiano Germán Poveda: “«Lo que sucedió el fin de semana era un desastre anunciado»”, poniendo de presente la apatía oficial. Se reseña allí que hace ya varios años algunos expertos habían venido alertando sobre las consecuencias del cambio climático y que podría generar una temporada de huracanes en el Caribe. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, del que hace parte Germán Poveda, había publicado un documento en junio pasado en el cual se advertía sobre dichas consecuencias. El científico resumió lo ocurrido en Providencia en una frase: “Esto es trágico. Me siento como un disco rayado. Estamos narrando crónicas de un desastre anunciado”.
En el mismo sentido, El Espectador publicó un artículo donde se afirma la existencia de un Plan de Adaptación al Cambio Climático de las islas elaborado en 2014, el cual pudo evitar el desastre en San Andrés y Providencia, pero fue ignorado.
El editorialista nos pide una respuesta contundente a todos los colombianos. De buena voluntad lo haríamos, pero tal vez olvidan ustedes que la mitad del país está con el agua al cuello y la otra mitad también es damnificada a causa de la pandemia.
La respuesta está en manos del Gobierno nacional, pero no es suficiente visitar la isla siniestrada y cargar una caja de ayudas solo para la foto, pues la situación exige más que una promesa de reconstrucción a cien días. Quienes somos de las provincias olvidadas de Colombia ya conocemos las promesas que se hacen en caliente y para elevar la moral de los damnificados, pero la emergencia exige más que retórica: exige recursos.
En solo 24 horas, la promesa de los cien días para la reconstrucción ya se convirtió en más de un año y, adicionalmente, se le endosó la responsabilidad de ayudar en la reconstrucción a la Virgen santísima, quien le envió una señal al señor presidente. En conclusión: a Providencia que la ayude la santísima Providencia, y usted, señor presidente, ¡aténgase a la Virgen y no corra!