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Atrapados en una cinta

Christopher Hitchens
04 de julio de 2009 - 07:04 a. m.

A VECES ME PREGUNTO SI LAS CINtas de Nixon realmente continuarán siendo el obsequio que nunca cesa de dar.

Yo aún estaba en la universidad cuando Richard Milhous Nixon fue elegido presidente por primera vez, y puedo recordar la sensación profunda de odio y desprecio que experimenté con solo verlo, ya no digamos oírlo, a él y a su compañero más repelente, Henry Kissinger. Gente más sabia y mayor dice que la pasión de la juventud se secará y que una condición más serena y otoñal invadirá cuando llegue la madurez, pero la idea de Nixon y su pandilla en la Casa Blanca todavía me produce un odio puro sin diluir y me hace desear vomitar cosas que ni siquiera recuerdo haber comido.

Sólo eche una mirada a la cosecha más reciente de las cintas que la Biblioteca y el Museo Presidencial Nixon ha dado a conocer, proveniente de los primeros meses de 1973. Lo impresionante es que incluso en los detalles más pequeños, la obsesiva maldad y criminalidad de la imagen en general es delineada aún más. Lo sucio de la mente de Nixon no estaba “compartimentalizada” entre un asunto y otro. Por ejemplo, como la mayoría de los republicanos defensores de los “valores familiares”, estaba agraviado por la decisión de la Suprema Corte en Roe vs. Wade. Pero, como casi cualquiera, podía imaginar una excepción en que el aborto podría ser excusable y aún deseable.

“Hay casos en que un aborto es necesario”, dijo. “Sé eso. Cuando se trata de un negro y una blanca. O una violación”. La asociación de ideas entre la primera imagen mental y la segunda es tan clara que puede ser —si no fuera tan terrible— patéticamente risible en un individuo y verdaderamente alarmante en un presidente de Estados Unidos. Como era frecuente, sus comentarios acerca de estadounidenses negros eran crudos y frecuentemente sexuales, en tanto que sus sugerencias acerca de los ciudadanos judíos eran más siniestros. Y, como siempre, sus episodios de antisemitismo ocurren cuando Nixon conversa con su amigo Billy Graham.

Esta vez —febrero de 1973— los dos amigos están discutiendo la oposición judía al Movimiento evangélico Campus Cruzade. Lo que los judíos no parecen entender, dice Nixon, es que generan antipatía contra ellos. Mira el historial: rechazados en España, rechazados incluso en Alemania. Después podría ser en Estados Unidos. “Lo que realmente pienso es que, en lo más profundo de este país, hay mucho antisemitismo, y todo esto lo va a hacer surgir”. Y a esto (incidentalmente sugiriendo que el antisemitismo “en este país” no está localizado “en lo más profundo” ya que se expresa en la Oficina Oval) añade: “Quizás es que tienen un deseo de muerte. Tú sabes que ese ha sido el problema con nuestros amigos judíos durante siglos”.

En debates con gente religiosa, me dicen que incluso si no todas las aseveraciones supernaturales de la religión pueden ser defendidas como literalmente ciertas, cuando menos puede decirse que la religión alienta la moralidad y hace que la gente se comporte mejor. En cada cinta de Nixon que se ha dado a conocer, él está en su punto más bajo, más horrible e inhumano cuando es incitado, alentado y a veces superado por el cristiano más famoso nacido en Estados Unidos. Me concreto a transmitir esa observación.

Mala —y reveladora— como es esta mezquina suciedad y discriminación, tiende a palidecer en comparación cuando se compara con el cinismo brutal de las conversaciones sobre Vietnam. A Nixon le agradaba hablar rudo en dos formas distintas, pero relacionadas, acerca de este tema. Ante Charles Colson —otro pío cristiano entre sus consiglieris— se le escucha jactándose de que su bombardeo masivo contra civiles norvietnamitas sería vindicado y que los opuestos a ellos serían considerados “traicioneros”. (Su famosa secretaria, Rose Mary Woods, es escuchada en las cintas expresando la misma esperanza de una acusación formal contra senadores y diputados desleales).

Pero cuando habla con el más depravado de sus colaboradores, Henry Kissinger, está lleno de crueldad y jactancia al expresar su intención de aplicar dolor a los sudvietnamitas. Si el presidente sudvietnamita cliente, Nguyen Van Thieu, no accedía a la versión de Nixon que más tarde sería llamada “paz con honor”, Nixon gritó en una cinta en 1973 que le “cortaría la cabeza si fuera necesario”. Así, un gran número de vidas estadounidenses y un número incalculable de vietnamitas fueron perdidas para poner fin a una guerra en términos más vergonzosos que los ofrecidos en el otoño de 1968 —cuando Nixon había conspirado con Kissinger y Nguyen para sabotear y oponerse a esos mismos términos. (Para más acerca de esto vea mi libro El juicio de Henry Kissinger).

Quizá fue afortunado desde un punto de vista republicano que el último grupo de cintas grabadas de Nixon en la Casa Blanca fuera dado a conocer durante una semana en la que “escándalos” republicanos más agradables y entretenidos nos estaban divirtiendo. (Cuando menos nadie acusó a Nixon o Kissinger de tener alguna forma de vida sexual mientras estaban en su cargo —el olor acre de la ausencia de tal cosa puede detectarse a lo largo de los registros grabados—).

El problema continuo para los creadores de consenso que piensan que la suerte de los republicanos sólo puede revivirse mediante un llamado al “centro” es que el presidente republicano más escandaloso y villano de los tiempos modernos y su “realista” co-conspirador en política exterior construyeron su popularidad precisamente en esa forma. El destino y el proceso de desclasificación han decretado que estaremos siendo abastecidos de recordatorios cada vez más nauseabundos de esto a intervalos de aproximadamente un año, hasta que todos los que puedan recordar al que fuera héroe del “republicanismo moderno” y de la mayoría silenciosa del Estados Unidos medio haya ido a un lugar donde ni siquiera Billy Graham pueda molestarlos más.

*Periodista, comentarista político y crítico literario, muy conocido por sus puntos de vista disidentes, su ironía y su agudeza intelectual (traducción de Héctor Shelley).

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