Lo divino y lo humano

Avanza el “Homo sapiens”

Lisandro Duque Naranjo
09 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.

A vuelo de pájaro calculo que en las movilizaciones recientes ha habido al menos un 80 % de jóvenes que no exceden los 30 años. Y que entre esta muchedumbre juvenil, otro 80 % lo constituyen los llamados centennials, muchachas y muchachos nacidos a comienzos de este siglo XXI. Se trata de una generación con una percepción del tiempo vertiginosa, muy distinta a la de las que la precedieron, que comparativamente resultaban parsimoniosas. La subjetividad espacio-temporal de estos posadolescentes, en cambio, tiene otro ritmo. Eso explica que su presencia permanente en las calles —la que ya cumple 19 días, con alargues nocturnos para conciertos y cacerolazos— haya superado, sin duda, las históricas duraciones de antes, que si mucho alcanzaban para dos o tres días, no tanto porque hasta ahí aguantara el frenesí contestatario, sino porque antaño la tecnología era escasa, a diferencia de ahora, cuando los interesados en manifestarse (sobre todo en las ciudades) se pueden convocar los unos a los otros de manera instantánea en algún lugar, o en varios, simultáneamente, según el sitio en el que habiten, hasta que terminan armando sus parches en los parajes más disímiles de las ciudades. Eso militarmente no lo controla nadie, aunque siempre le apuntarán a un Dilan Cruz en Bogotá o a un Duván Villegas en Cali. Pero hay otra energía ciudadana, una resistencia emocional completamente inédita, una geopolítica más accesible y unos reflejos más inmediatos. Aparte de que hay mayor información y en tiempo real. El ensayo general de estas movilizaciones ocurrió en diciembre —¡también!— del 2013, cuando Gustavo Petro llenó cinco días seguidos la Plaza de Bolívar en solidaridad por la destitución que quiso infligirle el procurador aquel.

En el paro actual, los propios dirigentes gremiales, gente adulta, han sido desbordados por la espontaneidad incesante y la creatividad inusitada de tantos colectivos juveniles, muchos de ellos formados en las recientes movilizaciones estudiantiles. El arte, obviamente, ha aportado su vocación callejera, musical, carnavalesca, teatrista. Las muchachas feministas viralizaron mundialmente un coro antipatriarcal, nacido en Chile, y que en tres días apenas se cantaba en todos los idiomas. Faltan las distintas diversidades —la sexual y la étnica—, y la Dignidad Agropecuaria. Pero ya vendrán, hay tiempo. Y como caída del cielo, llegó a dar una mano ancestral la Guardia Indígena, que volvió antiguo al Esmad y fue acatada en su autoridad simbólica por una muchedumbre que reconoce en los pueblos originarios a los vigilantes de la heredad planetaria amenazada por las fuerzas desatadas del mercado. Para la sensibilidad urbana contemporánea, ya no hay riesgo de valorar a los indígenas como pintorescos, sino como lo que son: los aliados estratégicos para la sobrevivencia de la especie. El eterno retorno.

Son demasiadas primicias culturales al tiempo como para que no les sea imposible descifrarlas a las fuerzas políticas que se quedaron en el siglo XX. Comenzando por el Centro Democrático, que carga con la tragedia de ni siquiera haber salido del siglo XIX. Viéndolo bien, debiéramos conservarlos —sobre todo a Mejía, Cabal y Valencia, aunque todos juntos en su rincón se ven más completos, con su jefe— como ejemplares del Homo sapiens que testimonian una antigua era de la evolución.

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