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Avatar

Armando Montenegro
17 de enero de 2010 - 04:59 a. m.

LOS DE ARRIBA Y LOS DE AFUERA LUchan, a veces, por los de abajo. En Colombia, el más conspicuo club-man, hijo del hombre más rico del país, fue el líder de la Revolución en Marcha.

En Cuba, un médico asmático argentino codirigió la triunfante revolución contra Batista. Lawrence, llamado de Arabia, se convirtió en el gran aliado de los combates de los árabes contra los turcos.

Éste también es un tema común en algunas historias populares. Tarzán, el rey de la selva y señor de los simios, es Lord Greystoke, quien dedica su vida a proteger a sus amigos de la jungla y a combatir a sus coterráneos que incursionan en África para explotar sus recursos naturales. Tarzán es un traidor para los europeos invasores, pero no llega a convertirse ni en un simio ni en un africano (Edward Said sostiene que Tarzán, por ello, es el prototipo de los exiliados e inmigrantes).

En ocasiones los movimientos de los oprimidos, sin el apoyo externo, proveniente de algunas personas que, en el papel, debían ser sus enemigos, no salen bien. Así cayeron Espartaco, Túpac Amaru, la Gaitana y tantos otros. Para no ir muy lejos, Tirofijo, de los Marulanda pobres, murió después de conducir a una guerrilla a la nada durante cincuenta años (nadie pudo quitarle su furia por la matanza primigenia de unos pollos y unos cuantos cerdos).

De estos problemas se ocupa Avatar. Sucede en el año 2154, en Pandora, la bella luna del planeta Polythemis, habitada por una raza de humanoides, los Na’vi, que poseen un recurso escaso, el unobtainium, clave para la solución de las necesidades energéticas de la Tierra lejana. Ante la decisión de los humanos de obtener el unobtainium a cualquier costo, los Na’vi luchan para defenderse. Su causa tiene éxito sólo por el apoyo de Jake Sully, un terrícola que se “voltea”, instigado en buena parte por su amor por la hermosa Neytiri.

Varios comentaristas han encontrado en Avatar muchas semejanzas con las cosas del mundo de hoy, en donde los países ricos tratan de explotar las riquezas de los pobres, contra la resistencia de los nativos del tercer mundo. En Colombia algunos podrían pensar en los problemas de ciertas multinacionales que buscan los recursos minerales y petroleros en las zonas de los indígenas.

Bob Herbert, del New York Times, dice, sin embargo, que Avatar no es sino otra representación de la llamada Fábula del Mesías Blanco, que consiste en suponer que sin apoyo del blanco convertido en redentor —Jack Sully—, la lucha de los exóticos nativos, a pesar de su superioridad moral, cultural y estética, no tendría éxito.

Más allá de sus simplezas y sensiblerías, la trama de Avatar, de todas formas, sugiere que el cambio de papeles —el hecho de que el invasor se convierta en el líder de los nativos, convencido de la injusticia de la causa de sus semejantes— refleja las vacilaciones de los grupos dominantes que dudan de unos principios que sólo se guían por el interés económico y por el desprecio de los valores locales. Muestra un resquebrajamiento ideológico de los grupos que irrumpen sobre las culturas nativas.

Esta película puede ser una oportunidad para recordar que en Colombia en los últimos años ha ocurrido todo lo contrario. En lugar de un resquebrajamiento, parece haberse dado una notable solidificación de ciertos principios verticales y excluyentes, contrarios a las reformas que se impulsaron en las décadas pasadas.

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