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Balas, polvos y malandros

Groucho Fritz
27 de abril de 2009 - 08:36 p. m.

Confieso que le debo mucho de mi educación sentimental, o de pronto de mi espíritu melodramático, a las telenovelas mexicanas y venezolanas: Esmeralda, Natacha, Señorita Helena,  Muchacha italiana viene a casarse…Clásicos de la lágrima que pulieron mi lenguaje romántico y llenaron mi corazón de heroínas maltratadas, pusilánimes, sometidas al bribón de turno, repudiadas por haber dado la prueba de amor antes de ir al altar y recibir la bendición del Todopoderoso.

Si hubiera dependido sólo de mi propio capricho, le habría puesto a mi hijo Victor Alfredo, o Luis Armando, y habría buscado una mujer con el nombre de Topacio, como modesto homenaje a uno de mis culebrones favoritos.  Tal era mi pasión por estas historias truculentas, que un día llegué a preguntarle a mi padre si de verdad yo era hijo suyo y le exigí que me dijera, “con toda la sinceridad de la que era capaz”, si había un secreto trágico en la familia. Incluso, llegue a imaginarme anciano,  en mi lecho de enfermo, moribundo,  recibiendo la noticia,  que “permanecería en mis entrañas como una herida sangrante”, de que aquella empleada doméstica, tímida y reservada,  que se había convertido en “señora de sociedad, gracias a las vueltas del destino”, era en realidad mi hermana. Las truculencias producidas en nuestra tierra inmortal, también dejaron “huella profunda en mi corazón”.

Recuerdo entre gallos y media noche  “La Ciudad Grita”, con Julio Cesar Luna como el galán de moda, que años después sería un Arturo Cova que daba vueltas y vueltas por el mismo bejuco,  en una selva de utilería que ambientaba, de manera inverosímil,  La Vorágine. Debo afirmar, sin rubor alguno, que los melodramas colombianos me salvaron de tener los mismos prejuicios, y el machismo cerril, de los personajes masculinos de las telenovelas mexicanas o venezolanas. Gallito Ramirez, Pero sigo siendo el Rey o Café, pintaron un panorama distinto, y entonces entendí que no todo era asunto de doncellas engañadas, hombres cursis, millonarios estrambóticos y pobres sometidos a su destino inapelable.

Sin embargo, la tele colombiana de este siglo XXI, está irreconocible. Sangre, plomo y polvos entre nenas operadas y  malandros (llámelos narcos, pandilleros, guerrilleros o estafadores) parecen ser los ingredientes de la receta, todo eso mezclado con fragmentos del circo nacional. Mujeres virtuosas, que se guardaban castas y puras hasta el matrimonio; hombres necios y doblemoralistas, que asesinaban con tal de vengar el honor mancillado, son piezas de museo del melodrama clásico.

La realidad, como dicen, ha superado a la ficción, y además los canales han “descubierto” que es muy rentable. La formula gastada del  “reality”, ha dado paso a una especie de docudrama, en el que el televidente se vuelve espectador privilegiado de las miserias y bajezas de la realidad nacional. ¿Veremos algún día como fue lo de Yidis y Teodolindo, pero con la advertencia de que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia? ¿Alguien ya está pensando en contar la historia de la seguridad democrática y de su máximo protagonista, con algunos nombres ficticios para proteger a los inocentes, al estilo de El Cartel?

Estoy confundido. Ya no sé si lo que veo es una serie o un noticiero. Si Uribe es Uribe, o un galán de mentiras. Creo que vivimos dos guerras, que se diferencian sólo en el tipo de balas que utilizan sus personajes: unas son de utilería, las otras son plomo de verdad, que mata de verdad. Los libretistas se han vuelto periodistas de ficción, la creatividad es apenas un valor marginal ante la necesidad de “reproducir” hechos “taquilleros”.

¿Volveremos a Las Aguas Mansas o a Los Cuervos? ¿Se quedó sin trabajo Julio Jimenez, el gran maestro de las bajas pasiones, en medio de pantanos, mansiones misteriosas y personajes atormentados? ¿Se ha vuelto la telenovela nacional una especie de deporte extremo, con sus riesgos y víctimas,  con unos espectadores que presencian el espectáculo con el mismo morbo y curiosidad del vecino fisgón?

De pronto, me entra un escalofrío tremendo por todo el espinazo al preguntarme si ya  habrán comprado los derechos del libro de Clara Rojas, para extraer de él otro gran melodrama extremo, y ganar millones de pesos y de televidentes.

Prepárense que el show apenas comienza.

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