Bang bang

Fernando Araújo Vélez
14 de abril de 2018 - 06:15 a. m.

Y llegas un sábado cualquiera sobre la medianoche y pides el último whisky del día y unos acordes lejanos se te meten en la piel y te muerden luego los huesos y recuerdas que alguien alguna vez te dijo que lo más sublime del arte surgía de lo más ruin de los humanos, y el piano suena cada vez más fuerte, sube, y la vieja voz de Charly García empieza a cantar sobre otro sábado, La fiebre de un sábado azul, y más adelante te perfora con un par de frases e intentas cantar con él y cierras los ojos, y cuando los abres todos en el bar lo acompañan y gritan Cambiaste de tiempo, de amor, de color y de bandera, aunque se desafinen, aunque no se les oiga nada, aunque todo sea ruido, y tú te dices con rabia y resignación que no cambiaste nada, que siempre tuviste el mismo dios, y el mismo equipo y el mismo amor y la misma vida, y que repetiste lo que te dijeron y se lo repetiste después a tus hijos porque no fuiste capaz de pensar por ti mismo, y mientras te hieres y pides otro whisky, García empieza a cantar Y acercas el caño a tu sien, apretando bien las muelas, y mueves tu cabeza y empiezas a ver a todos los que están cerca como músicos y piensas que es imposible ser una mala persona si eres músico, y te imaginas que estás componiendo una canción con dos o tres o cuatro gatos más, y que discuten y pelean, y que se insultan, pero al final saben que lo importante es la canción, la obra, y que por la canción valen la pena las peleas e incluso las trompadas y las puteadas y las putas, y sacas un papelito arrugado con una frase de Pessoa que escribiste hace tiempo y lees que Es necesario ser de vez en cuando infeliz para poder ser natural, y lees después Pero no siempre quiero ser feliz, y tú ya no sabes si estás feliz o no, o si eso es la felicidad, si la música de Charly García es la felicidad, y piensas en el caño en la sien mientras de los bafles sale Todo el mar en primavera, y te retuerces en tu asiento y masticas el aire y bebes otro sorbo de whisky y concluyes que tu felicidad no debería ser la de los otros, ni la de Pessoa ni la de Charly García, y recuerdas que empezaste y te quedaste en Pessoa cuando hace años decidiste que ibas a mandar al diablo lo que te dijeron en la casa y en la escuela, y que no seguiste porque te deprimía, pero jamás dejaste de deprimirte, jamás dejaste de pensar en la última frase de la canción, y por eso la cantaste, y gritaste Siempre igual, los que no pueden siempre se van, y dos segundos más tarde, bang-bang.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

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