En mi condición de aprendiz de “pajarazzi”, o pajarera, he descubierto un universo que alegra y duele. Sobra decir que el contacto con la naturaleza carga de energía, renueva el espíritu y ayuda a calmar los ánimos, siempre calientes cuando se trabaja con noticias. Observar pájaros es un ejercicio de meditación porque requiere atención plena, nos obliga a mirar el detalle y a entender sus rutinas, sus cantos y malabares. Ellos mandan y si queremos captar sus vidas hay que moverse a su ritmo. Sin embargo, duele descubrir que muchos de esos pájaros están en riesgo por la contaminación, la deforestación, los venenos. Algunos han cambiado de hábitat por la crisis climática. Como ellos, todos estamos en peligro. Me detengo hoy en lo que pasa con la contaminación del suelo.
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Basuras en el campo: problema invisible
29 de enero de 2020 - 01:58 p. m.
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