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Bautismo igualitario

Mauricio Albarracín
01 de abril de 2015 - 08:30 a. m.

Quienes se oponen a la igualdad de derechos de las familias de parejas del mismo sexo usualmente tratan de plantear este debate como una guerra entre los soldados de Cristo y quienes desarrollamos el “plan del Diablo”.

Esta caricatura no corresponde a la realidad y en esta semana de reflexión quisiera hacer una aporte a los católicos que creen en la igualdad.

Recientemente, he conocido muchas familias conformadas por parejas del mismo sexo que tienen hijos bautizados en la Iglesia católica. Paradójicamente, estas mismas familias han sufrido un vía crucis legal para registrar a sus hijos como nacionales colombianos o para lograr la adopción ¿Cómo es posible que la Iglesia católica se oponga a la igualdad en el debate público y al mismo tiempo acoja a estas familias en el sacramento del bautismo? Creo que en esta pregunta está el secreto del cambio social dentro de la Iglesia y el fin de los fundamentalismos contra las parejas del mismo sexo por parte de algunos sepulcros blanqueados.

El bautismo es el sacramento que inicia la vida en la Iglesia. Para los creyentes, el bautismo es sumergirse en el agua para alcanzar la iluminación, es el inicio del camino cristiano, es la regeneración y la renovación del espíritu y, como se recuerda, es el inicio de la vida pública de Jesús. La importancia de este sacramento ha llevado a la tradición de bautizar a los niños y como dice el catecismo: “Los padres cristianos deben reconocer que esta práctica corresponde también a su misión de alimentar la vida que Dios les ha confiado” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1251). Las familias católicas de parejas del mismo sexo quieren que sus hijos participen de todos los dones de este sacramento y por eso los bautizan. Para estas familias, el bautismo de sus hijos es un gesto de amor, educación en la fe y comunidad con su Iglesia.

La importancia del bautismo para las familias de parejas del mismo sexo fue subrayada por la mayoría de conferencias episcopales del mundo que enviaron esta información al Sínodo de Obispos sobre la familia, recientemente celebrado en el Vaticano. El documento de trabajo del Sínodo señala: “en el caso de que las personas que viven estas uniones (las de parejas del mismo sexo) pidan el bautismo para el niño, las respuestas, casi por unanimidad, subrayan que el pequeño debe ser acogido con la misma atención, ternura y solicitud que reciben los otros niños” (INSTRUMENTUM LABORIS, 120). Es decir, en la práctica cotidiana de la Iglesia católica, se estableció el bautismo igualitario.

Hace algunos años, el papa Benedicto XVI y el filósofo Jürgen Habermas tuvieron una famosa discusión sobre la relación entre razón y religión. Habermas enfatizó en la importancia de la religión en el fomento de la solidaridad para la construcción de las sociedades políticas. Por su parte, Ratzinger señaló que puede existir un espacio de aprendizaje genuino entre religión y política, sin que la religión subordine a la política, especialmente con el fundamentalismo, la peor patología de la religión. Cuando en la vida política y judicial nuestra sociedad discute sobre la adopción igualitaria, el registro de hijos de parejas del mismo sexo o, en general, en la protección de estos niños, deberíamos aplicar este espacio común de diálogo entre política y religión: a nadie se niega un derecho, como a nadie se niega el bautismo.

El bautismo igualitario crea una situación paradójica, pero esperanzadora. Las familias católicas del mismo sexo que tienen hijos, sobrinos y nietos llevan la iluminación a una Iglesia que tal vez encuentre de nuevo el rumbo de la dignidad y abandone el errado camino de la exclusión.

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In memoriam de Carlos Gaviria, gran defensor y amigo de lesbianas, gays, bisexuales y trans. Nos enseño el valor de la libertad, la igualdad y la diferencia. Hoy nuestro arcoíris está de luto.

 

 

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