Tuve una muy buena amistad con el presidente Belisario Betancur, tanto que me nombró como su representante en la Junta Directiva de Inravisión. Allí me tocó afrontar el incidente de la transmisión de un especial en TV contra el candidato liberal Virgilio Barco, elaborado por la contraparte. Quince días antes el mismo Barco me había revelado que tenían ese propósito y así se lo manifesté a las directivas de ese instituto. No fueron suficientes las advertencias y sin que nadie supiera cómo, por encima de las directivas, el especial apareció con la fortuna, para el país, de que el especial terminó perjudicando al candidato conservador. Sin embargo, nos tocó a Germán Santamaría —quien también hacía parte de la junta— y a mí solicitarle la renuncia de la dirección de Inravisión a nuestro amigo y colega Fernando Barrero, y el presidente Betancur entendió nuestra actitud.
Es que Betancur era un demócrata, un hombre bueno, para quien antes que la amistad —fue toda la vida amigo de Barrero— estaba el cumplimiento del deber y la defensa del Estado. Por eso no entiendo qué fue lo que le pasó cuando el Palacio de Justicia. Fue un trabajador incansable por la paz y desde el comienzo de su Gobierno creó una comisión para buscarla, dirigida por Otto Morales Benítez y luego por John Agudelo Ríos. En ella me incluyó. No se llegó a buen puerto, pero se inició la lucha. El mismo presidente López Michelsen sostuvo que “después de Belisario, el país será distinto”.
A propósito de los dos expresidentes, bueno es recordar que recién iniciado el gobierno Betancur, Ernesto Samper, quien había sido secretario general de la fracasada campaña de López a la segunda presidencia y antes había trabajado con Betancur en ANIF, le comentó a López que si se hubiera quedado con Belisario, estaría de ministro. Y con ese sarcasmo que lo caracterizaba, López le respondió: “No, porque si usted se hubiera quedado con Belisario, el presidente sería yo”.