Biden no es ningún Sanders

Andrés Hoyos
11 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

Como lo dije en Twitter, la espectacular remontada de Joe Biden de la semana pasada me afectó porque ya tenía esbozada una columna despiadada sobre los síndromes suicidas del Partido Demócrata de Estados Unidos. Iba a titularla “El síndrome de Sanders”, y me paseaba por los antecedentes: el síndrome de Dukakis, el síndrome de Mondale. Pero el harakiri no fue.

Donald Trump es el peor presidente gringo desde Nixon —y eso por comparar porque bien podría ganarle el torneo de malucos a Tricky Dicky—. Hace dos semanas el hombre tenía un camino que parecía despejado. Tal cual encuesta no lo daba ganador, aunque es muy poco probable que el americano promedio se la juegue por un socialdemócrata nórdico, estilo Sanders, de modo que al final muchos, tapándose las narices, hubieran votado por el man del peluquín. Muy distinto será el cantar si la opción contraria es Biden, quien hoy tiene todas las de ganar la nominación de su partido. Cierto, el exvicepresidente de Obama dista mucho de ser un candidato perfecto y todavía podría perder la nominación, lo que nos retrocedería al escenario de hace dos semanas, e incluso con ella en el bolsillo, la campaña podría ser mediocre o no contener un programa que unifique al muy fragmentado Partido Demócrata. Igual, Biden tiene virtudes claras, entre las que sobresale su moderación. Refleja, mejor que Sanders e incluso mucho mejor que Trump, los puntos de vista mayoritarios en Estados Unidos. Es claramente elegible.

No dejan de subsistir problemas muy obvios. Sanders se ha ganado sobre todo a los votantes jóvenes, educados y liberales, quienes según la tradición bien podrían quedarse en casa el 3 de noviembre si su amado candidato no es nominado, quitándole votos a Biden. Claro que no se los van a dar a Trump, pero don peluquín no contaba con ellos y le bastaría con que no favorezcan a su oponente. Los demás sectores en los que el Partido Demócrata es fuerte —los negros, los latinos, las mujeres— parecen estar a bordo con Biden, si bien al partido le tocaría recuperar votos de la clase obrera blanca, que en 2016 favorecieron a Trump.

A su vez, el actual presidente tiene problemas muy agudos: la aversión que sus actitudes racistas causan sobre todo en los negros, aunque también en los latinos, se está volviendo a consolidar, después de algunas dudas. Si Trump obtiene menos del 10 % del voto negro, como en 2016, todo lo demás tendría que alinearse en su favor, empezando por enfrentar a una candidato muy impopular, por el estilo de Hillary Clinton. Biden, por lo que se ve, despierta muchas más simpatías que ella, a menos que meta mucho las de caminar, lo que no es previsible.

Los chinos con su epidemia de coronavirus —cuyos peligros y efectos han sido claramente exagerados, aunque ese es tema de otra columna— le aplicaron una patada en la espinilla a Trump pues los mercados se han dado tremendos porrazos y su ventaja, derivada del buen momento económico, se está esfumando a marchas forzadas. Además, la gente está viendo el manejo en extremo inepto que el actual gobierno le ha dado al fenómeno.

En fin, uno no es gringo y no vota en las elecciones de ese país, de modo que con su pan se coman allá lo que allá decidan. Igual, una eventual derrota de Trump no solo sería buena para Estados Unidos, sino para el mundo, empezando por la lucha contra el calentamiento global. Hasta el pobre López Obrador respiraría más tranquilo.

andreshoyos@elmalpensante.com

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