Bienvenido, papa Francisco

Guillermo Zuluaga
05 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.

PRIMERO QUE TODO, UNA SALVEDAD: no soy muy creyente en religiones y sin embargo…

Me alegra mucho la llegada del papa Francisco a Colombia y, en especial, a Medellín. Es una de las mejores noticias que hemos tenido en estas tierras en muchos años. La presencia del sumo pontífice, máximo jerarca de la Iglesia Católica, reconforta, tanto como puede hacerlo un chapuzón en un río, después de unas horas de caminata bajo un sol de espinos.

La visita del papa a Medellín es alegría, o por lo menos lo será para tantos que andan o andamos por el mundo “ligeros de equipaje”. Alegra saber que un hombre de su talante, de su talento, con todo lo que lo que representa y significa en el mundo contemporáneo, posará sus pies y compartirá oraciones y bendiciones en esta tierra, que a veces parece que las necesitara tanto.

Vale la pena su presencia en esta ciudad, epicentro de una de las zonas más creyentes en el catolicismo, pero que al tiempo le rinde tanto culto al Dios Éxito, al Dios Trabajo, al Dios Progreso, donde se mide al otro en tanto sus rendimientos en la bolsa y donde tanto nos excita el tintineo de la máquina registradora. Sonará exagerado, pero no hay tal. Para la muestra un botón: en estos días, algunos detractores hablan más de costos económicos que de los significados y seguras ganancias espirituales que dejará su presencia en estas tierras.

Sobraría decir, pero no sobra, que esta región también es una de las que menos cuida el medioambiente “creación de Dios”, como su santidad lo nombra, y aquí en este departamento nos importa más la explotación de una mina sin importar que luego se envenenen con mercurio ríos y quebradas, esa misma agua, regalo de natura, que es sinónimo de vida y de futuro.

Bienvenido a Medellín, padre Francisco. Ahora mi ciudad será noticia más que por su violencia en los barrios, por el turismo sexual, por el narcotráfico. Reconforta, cómo no, la presencia en este valle donde, en años, los que ahora son niños tendrán en su memoria el referente de un hombre de trajes níveos que se paseó por La Playa y la Avenida Oriental y que oró en el Aeropuerto Olaya Herrera; y opacará un poco el referente aquel de esta ciudad, ese otro asociado a hechos siniestros. La visita del santo papa será un nuevo mojón en la historia de esta ciudad que ha tenido como puntos de giro a seres tan inciertos como Pablo Escobar, como el Chopo y el Popeye y el Paisa y el Berna y tantos otros “oficinistas”.

Cómo ilusiona saber que en algunos años ya muchos turistas no vendrán preguntando con cierto morbo por los caminos de Pablo Emilio, sino por las rutas que recorrió Francisco.

Bienvenido a esta región –copia a escala de este país inequitativo e injusto— donde se necesita que los ricos quieran compartir un poco, atesorar un poco menos, o tan siquiera que no evadan más sus responsabilidades. Donde necesitamos volver a pensar en intereses comunes y no en bienes particulares. Quizá, el mensaje que quiso dejar Jesús de Nazareth debamos recordarlo, refrescarlo. Y su santidad tiene la credibilidad y la convocatoria para ayudarnos a recordar y para invitarnos a ponerlo en práctica.

Santo padre, bienvenido a Medellín. A Antioquia y a Colombia. Este país paradójicamente polarizado por el fin de una guerra —que a todos debería alegrar— hoy necesita de hombres de tu talla: de los que predican pero que también aplican. Líderes con la capacidad, credibilidad y cercanía para ayudarnos a tejer lazos de hermandad y de fraternidad entre nosotros.

 

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