Bienvenidos los vuelos; prohibidos los abuelos

Sergio Ocampo Madrid
23 de marzo de 2020 - 01:22 p. m.

Yo quisiera saber si el próximo 13 de abril, cuando termine el aislamiento forzado en el país, la canciller Claudia Blum, una mujer de 71 años, irá a trabajar normalmente. Si no, grave, porque ella es la cabeza de la política exterior colombiana y eso no se puede manejar con teletrabajo; si sí, también grave, porque entonces contrariará una orden presidencial de que todos los adultos mayores de 70 están confinados en sus casas desde las 7 de la mañana del viernes 20 de marzo hasta el 31 de mayo.

Esa fue la primera medida, dentro de su declaratoria de estado de emergencia, que dictó Duque: el “aislamiento preventivo obligatorio” de los viejos. Allí quedó consignada esa palabra “obligatorio”, antes de aclarar que “solo podrán salir de sus casas para abastecerse de bienes de consumo, ir al médico o adquirir medicamentos”. Luego estableció que si un anciano es visto en la calle, la Policía podrá amonestarlo de modo verbal y deberá conducirlo a su domicilio.

Yo quiero imaginar esa escena de un agente policial regañando a Claudia Blum porque no está en su casa como dispuso el presidente. Quiero imaginar qué harán el lunes 13 de abril Luis Carlos Sarmiento, Carlos Ardila Lulle, el cardenal Rubén Salazar, Antonio Navarro, Darío Arizmendi, Jorge Robledo, Humberto de la Calle, César Gaviria, el ingeniero Hernández, frenético exalcalde de Bucaramanga y ahora candidato presidencial, Dolly Montoya, rectora de la Universidad Nacional, el poeta Juan Manuel Roca, el maestro Isaías Peña, en fin… Yo quiero imaginar a un policía pidiéndole la cédula a Alicia Arango por las sospechas de su edad.

¿Se quedarán ese lunes en sus mullidos sillones en pantuflas, masticando recuerdos, mirando fotos familiares, atrapados en la duda de si ya se tomaron la pastilla de las siete, todos estos abuelitos colombianos? Y uso la palabra “abuelo” porque fue la que utilizó el presidente Duque cuando explicó en alocución que la medida se tomaba para proteger a esta población tan vulnerable.

El martes de la semana pasada, esperábamos que hablara de la suspensión total de los vuelos a Colombia, y del cierre de El Dorado, por donde entró el virus y por donde se siguió infiltrando, pero apenas hoy lunes se cerrarán los cielos del todo. Esperábamos que se refiriera al confinamiento general de toda la población, como recomienda la OMS, pero solo admitió anteayer esa medida porque Claudia López la impuso de modo experimental en Bogotá. Inclusive en un principio pareció oponérsele. Lo mostrado por Duque en los primeros días de la crisis fue una advocación a la virgen de Chiquinquirá y un acuartelamiento de abuelos, esta última una opción que desde ya forzará a admitir muchas excepciones o a que las autoridades terminen haciéndose los de la vista gorda.

Puedo casi anticipar que el próximo 13 abril, cuando culmine el encierro, serán miles de “abuelos” los que desobedecerán a Duque al volver a ofrecer sus dulces en los puestos ambulantes, lavar carros o lustrar botas. Allí estará el vendedor de bonsáis que se instala en el Carulla de la 85 o en el parque León de Greiff. Y pasarán los cartoneros en sus carros de balineras, y los vendedores de libros usados tenderán sus paños amarillos en el suelo para exhibir a Coelho, y El olvido que seremos. Muchos van a hacer caso omiso al presidente que los puso en esa disyuntiva de morir por el COVID-19 o de inanición. Según cifras de Colpensiones, en Colombia solo uno de cada cuatro adultos mayores goza de una pensión.

Es muy grave dictar una medida que tanta gente va a desoír, inclusive dentro del Gobierno y el Estado, y con razones poderosas porque los 70 son hoy, más que nunca, vida útil, momento de enorme producción y despliegue intelectual, o porque el modelo económico orilló a grandes masas a tener que seguir en plena actividad después de treparse al piso siete (que en realidad es el octavo pues el primer piso va en la práctica de los 0 hasta los 10).

Más grave aún que un país estuviera aguardando de su jefe de Estado medidas draconianas para prevenir una pandemia, y este se demorara tanto en hacerlo para no afectar al sector aeronáutico ni al comercio. Perú es el mejor ejemplo cercano de todo lo opuesto. Hace diez días, Vizcarra pidió informalmente que la gente se quedara en casa; dos días después impuso el aislamiento total y el toque de queda el miércoles pasado. Ya hace más de una semana no entran vuelos del extranjero, ni siquiera con nacionales o residentes. Reportaba hace poco Michael Reid, el periodista inglés de The Economist, que Perú era el caso de mostrar en cuanto a contención del COVID-19.

Para la buena fortuna de Duque, o para su desgracia, según se le mire, Claudia López le demostró que el sentido de una cuarentena en un grupo familiar y en una ciudad o un país es aislar a todos, a todos, no a algunos, para evitar o que infecten o puedan ser infectados. Si yo anduviera ya por los 70 estaría muy molesto con Duque, con su populismo de utilizarme en la vitrina de sus escasas y tardías decisiones, con su discurso velado de equipararme a los menores de edad en el sentido de que debo someterme a la tutela de otros y no poder tomar mis propias decisiones y asumir mi destino. Y sobre todo con ese eufemismo, contaminado de prejuicios del ciudadano y la familia ideal, de que alguien a los 70 debe ser considerado como “abuelo”, así no se haya multiplicado jamás.

 

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