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Bitácora global de una Corona desalmada

Marcos Peckel
01 de julio de 2020 - 05:01 a. m.

El diciembre 31 de 2019 cuando los fuegos artificiales estaban en su punto de lanzamient alrededor del planeta para darle una estruendosa bienvenida a la tercera década del milenio, China reportaba a la organización mundial de la salud -OMS- la aparición de un bicho de origen desconocido, quizás nacido en un tubo de ensayo, quizás procreado por algún mamífero, en la ciudad de Wuhan.

De ahí, sin saber cómo ni cuándo la criatura tomó vuelo, se multiplicó y se desplazó por la tierra cual plaga bíblica perturbando el orden y desorden mundiales, de manera que nada lo ha hecho en la historia, ni las guerras, ni los desastres naturales, ni los políticos. China trataba de minimizar el impacto, silenciaba a los infectólogos y trataba de aparecer como si la cosa no fuera con ellos.

País tras país, continente tras continente, cayeron presa de algo que nadie pude ver, ni oír y solo lo siente cuando ya es demasiado tarde. Hospitales y morgues se rebosaron en los países donde el bicho llegó primero, Irán e Italia en particular, mientras que los cruceros, esa manera cómoda, algo aristocrática de surcar los mares y puertos, se convertían en uno de los lugares predilectos de esa desconocida corona, infectando a miles y convirtiendo a esas ciudades flotantes en los “leprosos” del siglo XXI.

El 11 de febrero la OMS bautiza al germen COVID-19 y un mes después lo presenta en sociedad como pandemia, algo tardío el suceso, pues ya la corona hacía de la suyas y los muertos ya se contaban por miles. En Italia e Irán el virus aterrizó con toda la artillería dejando al descubierto un cataclísmico panorama de lo que podría pasar si no se tomaban las medidas adecuadas.

A América Latina la corona se demoró en llegar, como todo, como siempre ha sido. Esta vez para bien pues les dio tiempo a los gobiernos que quisieron para organizar la “bienvenida”, cada uno a su buen saber y entender, o no entender, y en esas estamos todavía. Para la muestra, la gran potencia del norte, los Estados Unidos de América.

Comienzan los gobiernos a actuar para frenar la hecatombe, unos cerrando, encuerentenando, otros negando e ignorando. La rapiña por ventiladores e insumos médicos evoca los días en que durante la edad media los reyes y feudales lanzaban al aire mendrugos de pan y las hordas se tiraban a cogerlos para tener con que alimentarse.

En las mullidas poltronas de los bancos centrales se comienzan a hacer cálculos de como evitar un colapso financiero generalizado. A través de eufemismos financieros se aceleran las impresoras de billetes para solventar la caída libre de las economías a un fondo que aun no vemos.

El planeta todo ora o clama o espera o invoca la vacuna para que estos paréntesis finalmente se cierren. Entre tanto a convivir con el bicho y cada día agradecer que estamos vivos.

 

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