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'Biutiful' o la globalización de la infamia

Aura Lucía Mera
08 de marzo de 2011 - 03:00 a. m.

SE CAEN LAS MÁSCARAS. SE TOCA fondo. Se aterriza de un barrigazo en la realidad. No hay tregua en estas dos horas en las que un Bardem anguloso, retorcido de dolor, de culpa, acorralado entre lo sórdido y lo tierno, se debate en los últimos días de su vida entre la condena y la redención.

Esta película llegará a ser un clásico del cine, como lo fue Las uvas de la ira, de John Steinbeck. Porque logra mandarnos un bofetón a los espectadores y mostrarnos la realidad de este mundo poscapitalista que se mueve entre la corrupción, la explotación de la miseria humana, las mafias, el horror de la vida diaria de los inmigrantes, el mugre, la pobreza, la depravación, el poder omnímodo del dinero y los hilos que mueven los poderosos para que no nos enteremos de la podredumbre en que vivimos.

Se esfuma la Barcelona esplendorosa, culta, sofisticada, rica en monumentos y derroche. Aparece la Barcelona real, donde en bodegas se hacinan los inmigrantes chinos, que tienen que vivir como ratas para poder sobrevivir. La de los negros senegaleses y de otros confines del África, que llegan por manadas en las pateras para buscar un mundo mejor y estrellarse contra la deshumanización, la persecución y el repudio de los “legales”. La Barcelona donde la policía corrupta, a punta de sobornos, se hace la de la vista gorda ante la trata de mujeres y hombres, donde las mafias controlan hasta el último movimiento de sus “presas”, donde la muerte no importa. La droga, la prostitución, la fiesta donde “todo es diversión”, el cáncer que carcome cuerpos y almas.

Esa Barcelona son todas las capitales de Europa, Norteamérica, Asia y América  Latina. Esa Barcelona es el mundo en que todos vivimos. El mundo real donde los desplazados, los pobres, los inmigrantes, los oprimidos, no tienen ningún derecho. Son menos que animales.  Merecen más protección los toros de lidia o los gallos de pelea. Ni qué decir de las lechuzas.

La globalización real. La del tráfico y la explotación del hombre por el hombre. La de millones de seres que no tienen más TLC que sus mercancías de contrabando, en las calles, La que no tiene alma, porque el alma no existe cuando se tiene que luchar contra el mundo para poder vivir.

Nosotros los colombianos la vivimos a diario con los miles de migrantes dentro del mismo país, desplazados y condenados a errar de tugurio en tugurio. Los tenemos en cada semáforo, en cada andén. También escondiendo sus mercancías cuando llegan las redadas. Porque es más fácil perseguir que devolverles la dignidad y las oportunidades.

Alejandro González Iñarruti pasará a la historia del cine por sus películas, donde se desvela lo más crudo y sombrío del mundo caótico y amoral en que vivimos. Bardem pasará a la historia por haber logrado encarnarse en los miles y miles de seres que están atrapados en un infierno desnudo, debatiéndose entre sus sentimientos y sus necesidades, recorriendo un camino sin posible salida ni retorno.

Biutiful, una reflexión profunda sobre el mundo en que vivimos y no queremos ver, una mirada hacia nosotros mismos y nuestras actitudes, dolorosa pero necesaria. Un knockout al alma. O lo que nos queda de ella. Con razón no ganó el Oscar. Es mejor  premiar a un rey tartamudo que a un marginal orinando sangre y llorando de desesperación.

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