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Sombrero de mago

Bobada y pandemia

Reinaldo Spitaletta
23 de junio de 2020 - 05:00 a. m.

No sabe uno si la manada o bandada o asnada de gente desbocada para comprar televisores (ya pasó la honda del papel higiénico) y otras mercancías, algunas innecesarias, sea parte de una irresponsabilidad oficial frente a la pandemia o una muestra de servidumbre de los consumidores. O ambas. Vamos con los síntomas: filas de hasta dos y tres kilómetros para ingresar a un almacén de cadena, muchos sin cumplir el “distanciamiento social”, irregularidades en cuanto a las normas de seguridad sanitaria. Ah, y como si fuera poco, el día sin IVA, o el día COVID, se efectuó un día después de presentarse la mayor cantidad de casos de contagio y de muertes por el coronavirus en Colombia.

La bobada es una pandemia incurable. Y el Gobierno contribuye a su diseminación. O inseminación. El “viernes negro” a la criolla, con demostraciones de estupidez sin límites, se convirtió en un hazmerreír internacional y en una amenaza interna de redistribución del virus. Para la alcaldesa de Bogotá, por ejemplo, en contravía de la apertura desaforada que se proporcionó al comercio aquel 19, se trató de una actitud contraproducente que por “subir las rentas” puede “bajar las vidas”.

Aquel 19, de turbas alienadas por el consumo, es una muestra categórica de que al Gobierno, como a la economía neoliberal que él impulsa, lo que más le interesa no es la salud del pueblo sino la promoción del consumo. Es más importante el rédito metálico que la vida de los ciudadanos, devenidos consumidores, clientes, masa ansiosa de fruslerías, casi todos atravesados en sus intestinos por el amargo veneno de la servidumbre, de la sumisión y el amor a las cadenas (no solo de supermercados).

Marco Girolamo Vida fue un erudito y poeta del renacimiento italiano. También, como lo hizo el francés Étienne de La Boétie, discípulo de Montaigne, escribió sobre la servidumbre. “Y ¿cómo surgen los Estados? Con latrocinios, con usurpaciones, con invasiones; y viven oprimiendo a una multitud innumerable de operarios y domésticos, no ciudadanos, sino esclavos, a quienes se prohíbe como delito lo que constituye las delicias de sus señores...”, anotó el canónico humanista.

En Colombia, como se pudo ver en la jornada desmedida del IVA (un regresivo impuesto que por lo demás debía ser suprimido para siempre) que hay una especie de esclavitud frente al consumo, aupada por el Gobierno, los banqueros, los agiotistas… La gente, quizá agobiada por una larga cuarentena, necesaria y preventiva, se enloqueció con la demagógica iniciativa oficial. Y cayó en la trampa. Había que desbordarse por ir a conseguir cualquier electrodoméstico, cocas de plástico, algún receptor de tv más grande que el cuarto donde se acomodará.

En vez de apoyar las industrias nacionales, de darle estímulos a los campesinos, de cerrar las puertas a una serie de importaciones de productos agrícolas que aquí se pueden producir con creces y alta calidad, el gobierno lo que ha hecho es, de un lado, darles todas las gabelas a los grupos financieros, y, del otro, abrirles las compuertas a las transnacionales. Y su posición antinacional está ataviada con un sainete de baja estofa que es el día sin IVA, toda una desproporcionada apertura para que la peste pueda ampliar su agresión.

Aquel 19, sin IVA, pero con puertas abiertas para que la COVID-19 se expanda, deja trazas sobre la estupidez que nos condena a la esclavitud, a la obediencia servil, a un amar las cadenas con la que nos amarran los gobernantes. Hay toda una ecuación entre la bobada a la que nos quieren someter a todos y los mecanismos que implementan el Gobierno y sus adláteres en torno a tópicos como el consumismo. Tal vez para que no despertemos, para que sigamos tarados por la obsecuencia, nos dan un poquito de yerba, como a vacas. Y rumiamos. Reciclamos el hambre. Nos quitan las ganas de enardecimientos y resistencias, con tonterías como las de aquel 19.

Es posible que aquel ácido poeta cartagenero, el Tuerto López, hubiera escrito en su Tarde de verano aquellos versos en los que sugiere que la mansedumbre nos lleva a ser un “pueblo intonso, pueblo asnal”, debido a su manera de ver cómo desde la Iglesia y el Gobierno hacían de las suyas con los sometidos. Ah, recordemos que esa composición tiene un epígrafe de San Juan Crisóstomo: “El rico es un bandido”. Y, para no ir muy lejos, las actitudes de rebaño demostradas el viernes último, pueden ser un indicio de lo bien domados que estamos.

Para ser libres hay que tener ganas. Y educación. Y buena salud. Y reconocer las nociones indispensables de la desobediencia y la dignidad. Es lo que menos desean los gobernantes de un país como este, de inopias masivas e inequidades sin cuento. Están por impulsar la enajenación a fin de que nunca podamos reconocer las cadenas y no nos dé por armar una unión de fuerzas para romperlas.

 

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