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¡Bobitos sí no!

Isabel Segovia
19 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.

El anuncio de la alcaldesa de cerrar durante 15 días más siete localidades de Bogotá causó un duro golpe emocional en la ciudadanía. Estamos agotados del encierro y de no poder continuar con nuestras vidas. Colombia y particularmente Bogotá han soportado uno de los encierros más largos del mundo. Este, al parecer, cumplió su objetivo: preparar el sistema de salud para que no colapsara cuando el virus golpeara fuerte; por eso, se siente (no soy experta, ni pretendo serlo) que este último confinamiento ya es excesivo.

Varios expertos ya se refieren a las cuarentenas como otra pandemia y sus consecuencias las sufriremos durante años. La mayoría de los países decidieron imponerlas, algunos ya se volvieron inmunes ellas, pero otros, al parecer como nosotros, reinciden o no logran levantarlas. Como dijo Nicolás Uribe en un tuit recientemente, la vida es más que huirle a la enfermedad o a la muerte. Los problemas de salud mental y corporal, de desocupación, de hacinamiento, de educación, de cultura, de recreación, de ejercicio, de contacto familiar y social, y en general de pérdida de libertad no se resuelven con asistencia social.

El sentido común puede ser escaso, pero las posturas paternalistas, que no pueden ser sino autoritarias, están acabando con el poco que nos queda. Desde la primera infancia se promueve que los niños sean autónomos, aprendan a tomar decisiones y a asumir las consecuencias de sus actos, pero si hasta a los adultos nos están quitando esa responsabilidad, imaginémonos lo que será la “nueva normalidad” sin autonomía, sin responsabilidad y sin sentido común.

No poder salir a ejercitarse individualmente al aire libre y ser perseguido por un policía por hacerlo, en una ciudad donde escasea la fuerza pública y los ladrones no hacen cuarentena; prohibir llevar a los niños al parque, echarles aceite quemado a las bancas para que la gente no se siente; desinfectar las llantas y los zapatos, como si nos la pasáramos lamiéndolos; pedir una cantidad de información personal para llenar planillas como requisito de ingreso a lugares públicos; solicitar un permiso al Ministerio de Transporte para poder movilizarse, diligenciando un formulario que lo único que no pregunta es si uno tuvo o tiene coronavirus, y que el policía de turno, a pesar del permiso, decida si lo devuelve o le quita el carro; bloquear las sillas en los buses mientras que los pasillos van atiborrados de gente; saber que la estrategia más importante para prevenir la propagación del virus es testear y rastrear, y que los resultados de las pruebas se demoren semanas… no sé a ustedes como les suena todo esto, pero de sentido común tiene poco.

Momento duro este para la humanidad. Hay que resistir, pero para eso no debemos estupidizarnos. Qué cansancio con los términos de moda, ahora debemos reinventarnos, ser disruptivos, creativos, innovadores, cuando lo único que podemos hacer es sobrevivir a esta situación lo mejor posible, cada cual dando su batalla. Más que fuertes y resilientes, lo que debemos proteger a toda costa son los derechos y las libertades personales. Como nos informan todos los días, el virus estará con nosotros mucho tiempo; por eso, lo que debemos hacer es aprender a convivir con él. Ojalá la “nueva normalidad” llegue pronto y se parezca mucho más a la normalidad que a la pérdida de libertad.

 

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