Propicios me han sido estos largos meses de confinamiento voluntario, aceptado y productivo, para zambullirme con fruición en los fascinantes pasadizos de lecturas referidas a la historia, de manera especial aquellas que nos llevan por escenarios, episodios, acciones y emociones de las cuales nos habríamos sentido venturosos como espectadores.
De ahí que sea este tipo de lecturas la que mayormente atraiga a quienes tenemos aún el coraje de sustraerle a este mundo endemoniado un poco de su tiempo e invertirlo en este tipo de papeles de escasa o nula rentabilidad que, para otros más pragmáticos y avezados en cuestiones bursátiles y rentísticas, no conduce a nada distinto que a la acumulación improductiva y gravosa del cultura y humanismo.
Algo que ya no es moneda de uso en este siglo de pandemias que apenas lleva recorrido veinte años y ya amaga con acabarse en el fragor de los virus, las pestes, el desempleo, el hambre y la competencia desigual entre quien produce primero la vacuna que lo salve y quien pagará por ella el precio más alto.
En fin, cuanto quería escribir era acerca de un episodio que me produjo tristeza: descubrir que Simón Bolívar, el Libertador, el que doblegó imperios, el que deslindó los tiempos de la historia universal, el Colón de la segunda revolución, estuvo a punto de ser enterrado sin camisa porque en su ropero, magro y escaso como su cuerpo, no había uno solo de estos trapos para vestirlo.
¡Qué vaina! Un cuerpo que albergó el corazón mas generoso y grande y la mente más lucida que cuerpo alguno de esta decimonónica América mestiza haya podido tener iban, así sin más, a despacharlo para la eternidad sin siquiera una camisa en buen estado para tan largo e impredecible viaje.
De no haber sido por el general Laurencio Silva Flórez, su albacea testamentario, el genio de América, que ya no era Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios, el rico propietario de haciendas y minas, sino el Libertador Simón Bolívar, no solo hubiera arado en el mar y edificado en el viento sino que hasta medio en cueros lo habrían enterrado.
“El 18 de diciembre el cuerpo de Bolívar fue enviado a Santa Marta para ser embalsamado. Su camisa estaba desgarrada y raída, y el general Silva le puso una de él para que el Libertador de Suramérica no fuese enterrado en harapos. El funeral se llevó a cabo en la catedral de Santa Marta”.
Sí. Era el mismo Simón Bolívar que libertó cinco naciones, que fue su presidente, que comando sus ejércitos, que organizó su hacienda pública, que dispenso tantos favores, que entregó tanto poder, que favoreció a tantos, el que un 17 de diciembre de 1830 se moría en la miseria. Sin un denario y sin camisa.
¡Oh tiempos, oh costumbres!
Que lejos de estos en los que lo primero que hace un gobernante, cualquiera sea su rango, es disponer de la hacienda publica para surtirse de camisas, zapatos, carros, provisiones y dinero en cantidades suficientes que lo preserven, y a su familia, de carencias por los siglos de los siglos.
* Poeta.