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Bosques y frontera productiva

Juan Pablo Ruiz Soto
03 de junio de 2020 - 05:00 a. m.

El bosque es un espacio productivo. Un grave error es asumir que la frontera agropecuaria es el límite de la frontera productiva. Este error nos ha llevado a otro: dividir el país en áreas de uso agropecuario y áreas de conservación, delimitando la llamada “frontera agropecuaria”.

La actividad agropecuaria, la manufacturera y las ciudades dependen de la disponibilidad de agua. Su disponibilidad depende, a nivel regional, del régimen hídrico regulado por los bosques y, a nivel local, de la conservación de vegetación nativa en los nacimientos de agua y del bosque ribereño de quebradas y ríos, lo que llamamos la estructura ecológica principal asociada con el recurso hídrico. Los bosques contribuyen al bienestar humano y a la producción en todos los sectores.

Todos los espacios en el mundo están conectados y son interdependientes. La escasez de agua en São Paulo (Brasil) es consecuencia de la destrucción de bosques a kilómetros de distancia, alterando el ciclo hidrológico de sus fuentes de agua. Su escasez ha significado una desvalorización de la finca raíz. Algo similar pasará en Bogotá si seguimos destruyendo el bosque amazónico que alimenta Chingaza.

Colombia, con el 51 % de su superficie en bosque, para conservarlo, debe identificar y valorar los beneficios globales, nacionales y locales directos e indirectos derivados de su existencia e incorporar el bosque a la frontera productiva. El punto de partida debe ser que quien conserve el bosque perciba beneficio por su uso y conservación. El uso y la comercialización de productos del bosque son esenciales para que este permanezca. Pero a quien conserva se le deben complementar sus ingresos con compensación o transferencias que realice la gente que no tiene que cuidar del bosque ni vive de manera directa de sus productos, pero se beneficia de su existencia: los usuarios del agua, los que se benefician de la regulación climática y del uso de la biodiversidad. Beneficiarios en los ámbitos local, regional, nacional e internacional, todos debemos aportar para conservar el bosque.

Lo determinante para la conservación es que los pobladores de bosques y áreas cercanas perciban un mayor ingreso por la conservación que por el uso de la tierra en otro propósito. En el contexto internacional, Colombia puede negociar transferencias para conservar los bosques. En el nacional, por ejemplo, los bogotanos debemos transferir recursos a la región amazónica. En el regional y local, los usuarios de acueductos y distritos de riego deben trasferir recursos financieros a quienes conservan en la parte alta de las cuencas.

Conservar no es no usar, es hacer uso sostenible, y para ello debemos vincular el bosque a la frontera productiva, superando el concepto de frontera agropecuaria. Superemos la pretensión de dividir el país en zonas de producción y zonas de conservación. Hay que producir conservando y conservar produciendo, y esto parte desde la gestión interna de cada predio y de la relación de este con su entorno (Constitución, función ecológica de la propiedad privada). Separar conservación y producción es una falacia, todo está integrado y correlacionado.

Nota. Todos los argumentos anteriores se desvirtúan si mantenemos el carácter de ilegal al cultivo de hoja de coca. Esta condición lleva a que los cultivos se establezcan en medio del bosque y genera un alto precio de sustentación. Así, ningún cultivo legal puede sustituirla. Para evitar que el cultivo de hoja de coca sea motor de deforestación, es necesario legalizar los cultivos y focalizar la persecución en la transformación de la hoja en cocaína y en su trasporte y distribución. Que se persiga el narcotráfico y no al campesino que, ante la necesidad y frente a la oportunidad, decide trabajar y cultivar coca.

 

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