A mano alzada

“Brexit” y paz: ser o no ser

Fernando Barbosa
04 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.

El profesor Ronald J. Deibert, de la Universidad de Toronto, acaba de publicar un artículo en el Journal of Democracy titulado “Tres verdades dolorosas sobre las redes sociales”. Sus reflexiones parten de dos hechos ocurridos en 2016: el referendo del brexit y la campaña de Trump, en los que fueron evidentes las “externalidades negativas que sus servicios (los de Facebook, Google, Tweeter, etc.) crearon”.

Estas son las tres “verdades dolorosas”: 1) que el modelo de negocio de las redes se basa en una vigilancia profunda y permanente de los consumidores con el fin de diseñar propaganda; 2) que no nos oponemos a semejante nivel de vigilancia y, además, que lo aceptamos con gusto; y 3) que, según se observa, las redes se han convertido en “efectivos habilitadores” del autoritarismo.

Esta última “verdad” es sin duda la más preocupante desde el punto de vista de la democracia. “Las prácticas autoritarias apuntan a controlar a las personas y sembrar confusión, ignorancia, prejuicios y el caos para socavar la responsabilidad pública”. Con un agravante: “La sociedad civil carece de la capacidad y de los conocimientos necesarios para protegerse contra tales ataques”.

Una tentación para remediar el asunto sería la de imponer regulaciones o censura. Pero eso resulta repugnante. La sociedad civil no tiene cómo defenderse. Entonces deben actuar los líderes de opinión, los medios, los empresarios, etc.: deben partir de la claridad, de la autenticidad, de la transparencia. No es soportable que estemos hundidos en un sofisma: si la paz no es la paz y la guerra no es la paz, entonces la paz es la guerra. Tenemos que entender que la paz es la paz, como lo ha entendido la primera ministra May alrededor del mayor de sus retos: brexit es brexit. En el medio caben, por supuesto, todos los argumentos y contra argumentos. Pero no las emociones, las opiniones o las farsas disfrazadas de concepto.

Es necesario promover el debate crítico y acallar la polémica. Sanín Cano precisaba así la diferencia entre lo uno y lo otro: “La diferencia entre las dos capacidades [la del crítico y la del polemista] estriba en que el crítico busca la verdad desapasionadamente, y el polemista, en el mejor de los casos, está seguro de poseerla o de haberla encontrado, convicción que le impone el deber de defenderla. Digo en el mejor de los casos, porque frecuentemente el polemista no cree haber hallado la verdad y trata solamente de oscurecer el punto para desvirtuar los resultados de la contienda”.

La opinión, y con ella los programas de opinión, obedece no solo a un ejercicio útil dentro de la democracia, sino que, además, tiene amparo constitucional. Pero la opinión es insuficiente y necesita la compañía del argumento sosegado y madurado. Y ni los medios ni las redes sociales pueden hacerle el quite a esta responsabilidad. Si la cordura permite que el brexit sea el brexit, abriguemos la esperanza de que algún día entendamos que la paz es la paz. Y eso presupone que aceptemos que la paz es la real y no una entelequia.

Dice Confucio: “Si los nombres no son correctos, cuanto se dice es incoherencia. Si se dicen incoherentes, cuanto se emprende fracasa. Si cuanto se emprende fracasa, los ritos y la música pierden vigor. Si los ritos y la música no están en vigor, penas y castigos son desacertados. Si penas y castigos son desacertados, el pueblo no tiene a qué atenerse. Por ello, el hidalgo no usa más que los nombres que se pueden decir [con justedad], no dice más que lo que es capaz de llevar a cabo. En palabras de hidalgo no hay ligereza, eso es todo” (Analectas 13,3).

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