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Buenaventura

Salomón Kalmanovitz
18 de agosto de 2008 - 12:12 a. m.

ES IRÓNICO QUE BUENAVENTURA SE llame así. Epidemias de fiebre amarilla y viruela acabaron con una quinta parte de la población en 1900; también hubo un incendio en 1902 que arrasó con la mayor parte de las viviendas y un terremoto en 1906, cerca de las costas de Tumaco, la desvertebró.

Otro gran incendio en 1931 liquidó las más grandes edificaciones: oficina del ferrocarril, aduana, capitanía, consulados, bancos, hoteles, casa de comercio y teatro. La ayuda fue insuficiente, como lo es hoy en día: “La riqueza entra o sale por el puerto, pero nada se queda para el mejoramiento del poblado” ha escrito Jacques April-Gniset.

La situación ha cambiado poco para 2008. Una carreterita de dos carriles sustenta la mitad del comercio exterior del país y las líneas interminables de tractomulas, cuando no están en paro, ascienden la cordillera como una perezosa oruga. La entrada al puerto es uno de los embudos con entradas más anchas y salida más angosta que existe en el mundo. Cualquier derrumbe o un peaje de las Farc paraliza el comercio del país con el resto del planeta. Después de seis años de compromiso de construir la infraestructura del desarrollo para el tercer milenio y frente al desafío del TLC, la administración Uriel logró concesionar hasta hace poco las obras para una doble calzada que se terminará quién sabe cuándo. El tren se demora mucho más que mover la carga por carretera: herrumbrado y sometido a múltiples concesiones es otro testigo mudo de la histórica desidia del Estado colombiano frente al puerto.

Los indicadores sociales de Buenaventura son desastrosos: el desempleo es 33% contra el 11% nacional y es de 60% para los jóvenes más pobres; existe un 60% en informalidad contra el 47% nacional. 80% de la población es pobre contra el 48% nacional. El analfabetismo es de un estruendoso 17%. En una de las regiones más lluviosas del hemisferio, 76% de la población de Buenaventura tiene cobertura, pero sólo tres horas al día. El sistema de salud cubre al 38% de la población y la calidad de la educación es de las más bajas del país, según lo revelan los resultados del Icfes. La talla de los niños es bajísima, cunde la desnutrición y la mortalidad infantil no se corresponden con la de un país de ingreso medio como lo es Colombia.

Buenaventura es también una ruta de narcotráfico arduamente competida por las Farc y el paramilitarismo que le rinden una tasa de 116 homicidios por 100.000 habitantes. El puerto, sin embargo, pertenece a otra realidad: es, en efecto, moderno, multipropósito, maneja eficazmente cientos de miles de contenedores y la carga a granel. Contrasta con la corrupción y negligencia con que se ha manejado ancestralmente la ciudad.

Los ingresos tributarios de Buenaventura no pueden ser muy altos, dado este entorno social de extrema pobreza. Sin embargo, muestran descensos en términos reales en 2007, sugiriendo corrupción en el recaudo y la escasa diligencia para cobrar la cartera morosa. Las transferencias que les hace la Nación son bastante altas, pero parte son capturadas por políticos o grupos armados que organizan colegios o EPS fantasmas que les permiten enriquecerse. No hay evidencia de políticas de población que eduquen y repartan utensilios de control natal ni de nutrición que constituyen dos frentes prioritarios de acción social. La miseria, por lo general, se acompaña de una alta fecundidad que la reproduce de manera ampliada.

El mayor contribuyente de la ciudad es el Ministerio de Transporte, que es el dueño de los terrenos del puerto. Y adivinen qué: ¡está en mora con el municipio!

*Decano de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.

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