Buenos progresistas

Danilo Arbilla
01 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

“Son tiempos difíciles para los buenos progresistas”, acaba de descubrir el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, a la luz de los resultados de las elecciones del pasado domingo 19 en que “su” candidato no logró vencer en primera vuelta y le espera una más que incierta segunda vuelta el próximo 2 de abril.

Correa sabe leer los datos de la economía real. Es consciente que ya terminó el “viento a favor” y conoce bien el estado de situación de la economía del Ecuador (accede a los números sin ningún tipo de censura). Resolvió, en consecuencia, dejarle la posta a otro y él irse a descansar y a vivir tranquilo con su familia a Bélgica.

Sin que nadie lo moleste (en principio, habrá que ver).

Por ahora no le ha salido como confiaba. Y las perspectivas no son tan buenas.

Según una encuesta Guillermo Lasso (CREO), el candidato opositor que salió segundo con el 28,1%, le ganaría en la segunda vuelta (52,1 % contra un 47,9 %) al candidato oficialista Lenín Boltaire Moreno. Este, con el 39,3% de los votos, fue quien salió primero en las elecciones del domingo 19, pero no llegó al 40% imprescindible para evitar el “balotage” y alcanzar la presidencia directamente. Por tan solo un 0,7 %.

Ese tan pequeño porcentaje justifica el reconocimiento unánime al Consejo Nacional Electoral (CNE) del Ecuador, a los “observadores” del exterior y a las propias Fuerzas Armadas ecuatorianas que, según trascendió, ya previamente remarcaron su decisión de garantizar unas “elecciones limpias” (sin la chance de admitir incluso un “error” del 0,7%). Es bueno resaltar además la buena performance de las encuestas.

Pero por ahora nada está dicho. La última palabra la tendrán los ecuatorianos el día 2 de abril.

Si gana el opositor Lasso, tras los festejos del triunfo (y la derrota de Correa), al día siguiente deberá hacerse cargo de la herencia “progresista”. Tendrá que destapar el tarro, y recién ahí sabrá cuán mal huele. Los “buenos progresistas” tienen tiempos difíciles, como dice Correa, pero tuvieron tiempos muy fáciles durante los que hicieron populismo a gusto y gana –“despilfarraron más de lo que robaron”, al decir de Macri en España–, dejando las economías en ruinas como ha ocurrido en la Argentina y Brasil, y ocurrirá en Venezuela y otros países manejados por “buenos progresistas”. Los tiempos difíciles entonces son más precisamente para quienes ahora tienen que hacerse cargo de lo que han dejado.

Al propio Moreno, si llegara a ganar, le va a ser difícil. Con una economía en caída, muy endeudada, sin la “fuerza parlamentaria” que tuvo Correa y seguramente con casi un 50 % de los ecuatorianos en contra, más la obligación casi ineludible de encarar el tema de la corrupción (Odebrecht y algunas cosas más que van a saltar), la tarea se le va a hacer incómoda al heredero.

El que sí va a estar cómodo es Correa, que una vez deje el bastón de mando se va a vivir a Bélgica de donde es su esposa.

Correa mientras tanto maldice el resultado electoral –solo 0,7 %, no es para menos–, al opositor Guillermo Lasso y por supuesto a los periodistas y a la prensa “indecente”, “que genera caos” (en esto también igualito a Trump).

Se jacta de haber “ganado” el plebiscito, que se votó en forma simultánea, por el cual se impide a gobernantes y funcionarios públicos tener cuentas en paraísos fiscales (no incluye Bélgica desde luego). Fue una iniciativa suya con un triple intento: legitimar su participación en la campaña, confundir al electorado y arrimar agua para Moreno, y posar como un adalid de la anticorrupción. Pero no le fue tan bien: solo tuvo el 54,9% de apoyo una propuesta que era como elegir entre ser rico y sano o pobre y enfermo. Más de 4 de cada 10 ecuatorianos no “compraron” el espejito.

Además, Correa amenaza con “volver” –da por hecho que se va– si gana Lasso y si es necesario. ¿A hacer qué? Puede que procure curarse en salud. No hay nada como estar activo en la política y buscar ampararse en la condición de “perseguido político” para neutralizar a jueces y fiscales y escapar de la Justicia (ver Lula y Cristina Kirchner).

La cuestión no es, entonces, si Correa decide volver sino si lo obligan a volver.

Esto es: para rendir cuentas.

 

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