A Cabalidad

Jorge Eduardo Espinosa
04 de diciembre de 2017 - 06:00 a. m.

La representante a la Cámara del Centro Democrático María Fernanda Cabal es una caricatura de sí misma. Pero es también una astuta manipuladora de las masas que acompañan el proyecto político del sector más radical del uribismo. Es por ello que la lectura política y sociológica que de la señora Cabal debemos hacer los medios de comunicación tiene que ir más allá del insulto ocasional en Twitter o la frase de cajón en las reuniones de indignados. No hay que menospreciar el efecto de sus palabras, la reacción entusiasta que tienen tantos cada que la oyen negar una masacre; gritar a las víctimas que se larguen, que dejen de joder, que no sean vagos; afirmar sin duda ninguna que la Unión Soviética y el “fantasma del comunismo” siguen recorriendo el mundo. La noche que dijo, en el programa del periodista Juan Pablo Barrientos, que la masacre de las bananeras no era más que un mito, miles de indignados reclamaron al periodista que no la cuestionara, que le permitiera, como si tal cosa, decir una cosa así. La madrugada siguiente, cuando los medios recogieron la frase de Cabal, esos mismos indignados exigían que no se le diera más voz, que no se hablara del tema, que no le dieran el gusto a Cabal de estar, con sus despropósitos, en los temas del día.

Hay una cierta contradicción en todo esto. Es verdad que el periodista, no precisamente un partidario de Uribe y sus muchachos, debió cuestionar a la representante, recordar a sus oyentes lo que ocurrió aquel diciembre de 1928, poner de presente las tantas pruebas disponibles. Y sin embargo, hacer ese mismo ejercicio unas horas después, ya sin la Cabal frente al micrófono, se cuestiona también, se percibe como la victoria mediática de una señora que, con sus tonterías, se ha hecho célebre. ¿Qué hacer entonces? Fue también la encrucijada del periodismo en Estados Unidos cuando Trump, utilizando el ABC de la lógica de los medios, aprovechaba la sorpresa colectiva que sus comentarios generaban para acaparar portadas y titulares de prensa. La dinámica se convirtió entonces en un círculo macabro de periodistas que cuestionaban las mentiras del candidato republicano y de un candidato republicano que, fascinado por la atención, vociferaba cada día más disparates. El debate público se transformó entonces en un estadio de hinchas furibundos que se insultaban entre sí en medio de un ruido insoportable.

No todo está perdido. Otra mirada posible es que personajes como la señora Cabal entregan en bandeja de oro a los periodistas y académicos del país la posibilidad de establecer conversaciones sobre hechos que llevan años silenciados. Bien sea porque no conviene el diálogo o porque la avalancha imparable de acontecimientos los entierran en el olvido. Una conversación informada y crítica sobre la Historia reciente del país puede mostrar a tanto desprevenido lo que ha pasado para que nuestro tiempo sea éste y no otro. Que sea, por ejemplo, la ocasión para contar la historia de las víctimas de la guerra; de los pueblos olvidados en los que la ley estaba escrita en la punta afilada de las balas y en el hierro implacable de los machetes. Que sea el momento de recordar que nuestra Historia no ha sido la de unos contra otros sino la de todos contra todos. Y que se ponga de presente que lo único que NO importa en todo esto es el nombre propio de quien dice insensateces para generar indignaciones que seguirán dividiéndonos.

No se trata entonces, creo, de controvertir al insensato de turno para persuadirlo de que cambie de opinión. No lo hará. No se trata, tampoco, de quedarse en el plano mediocre del insulto, de la descalificación permanente, del “estudien, vagos”. Superemos esas mezquindades, nosotros que tenemos el micrófono para hacerlo, y tratemos de contar de la forma más precisa posible las Historias de nuestros campos y ciudades. En ese sentido, las respuestas indignadas ante la insensatez no deberían detenerse en cuestiones personales, que son inútiles, sino en oportunidades para ver, a la manera socrática, lo tanto que ignoramos. Después del mito de las Bananeras, que no fue tal, ocurrió en muchos el milagro de la curiosidad. Esa frase, que fue poco más que un instante de tontería, una multitud de colombianos entendieron por primera vez que en tiempos de sus abuelos una empresa extranjera vino, se aprovechó, mintió y luego mató a unos campesinos que exigían, cabalmente, dignidad. Eso es lo único que importa.

@espinosaradio

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