Cadena de afectos

Julián de Zubiría Samper
28 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

Desde hace 23 años hemos dedicado en el Instituto Alberto Merani un mes a la expresión del afecto. Se trata de un bello ritual en el que los niños y las niñas escriben a sus compañeros y profesores un mensaje de cariño, afecto y amistad. Primero se vincularon todos los profes y estudiantes, pero muy pronto también lo hicieron los padres y trabajadores. Los egresados siempre han estado presentes, porque quieren volver a pasar los recuerdos por su corazón. Es una jornada creada para que florezcan las palabras y sentimientos que habíamos querido expresar, pero que, tal vez, nos había faltado valor para hacerlo. Es también una buena oportunidad para tramitar emocionalmente algunas reconciliaciones pendientes. El día de la entrega de mensajes, la sensibilidad está a flor de piel y resulta impertinente realizar una clase, ya que toda la comunidad está congregada y conmovida, leyendo los mensajes que ha recibido.

Desde los días anteriores se suspenden algunas clases, ya que todos necesitamos mucho tiempo para pensar, escribir y enviar mensajes. Los más pequeños hacen dibujos, los jóvenes narran y recrean bellamente sus sentimientos, los profes reconocen las virtudes de sus estudiantes; algunos escriben poemas y otros enriquecen estéticamente sus mensajes, al tiempo que la gratitud es la palabra dominante entre padres y trabajadores. Pero, por encima de las diversas expresiones, lo esencial es retornarle el tiempo y espacio que la razón le ha robado a las emociones. Lo llamamos el Día del Afecto o Día de los Corazones porque cada mensaje se escribe sobre corazones de diversos colores.

El año pasado circularon 52.000 mensajes y muchos más, si se cuentan los miles que toman los caminos encantados y secretos de la privacidad. Eso lo sabemos porque en los cursos construimos un buzón con el nombre de cada uno de los estudiantes. Como el número de corazones que se envían es tan alto, un buen grupo de estudiantes mayores, guiados por algunos de sus profes, dedican días enteros a recoger y organizar los mensajes en cada uno de los buzones. Ese día, mientras la razón sale a recreo, son la gratitud y el afecto los que trabajan.

La iniciativa surgió en 1997, cuando la profesora Luz Stella Guarín, del área de Ciencias Sociales, quiso ayudar a que florecieran las expresiones afectivas de sus estudiantes. Quería cultivar la empatía y recordarles que somos lo que somos gracias a los otros. Sin duda, lo sigue logrando. Contrario a lo que se cree, la educación sufre más por falta de ideas que de recursos. Esta bella idea ha permitido que, durante más de dos décadas, miles de mariposas circulen en los corazones de los niños, jóvenes, padres, profesores y trabajadores.

La invitación que quiero hacer a todos los colegios del país es que se animen a realizar una jornada similar y que inviten a todos los miembros de su comunidad a escribir mensajes afectivos. A nosotros la jornada nos transformó: nos ayudó a alcanzar equilibrio, integralidad y solidaridad. El corazón es muy agradecido y, en esta época de cuarentena, ésta puede ser una excelente oportunidad para reinventar nuestras interacciones sociales.

Hoy vivimos una situación inédita para la humanidad y la sociedad debe preocuparse, de manera muy especial, por la estabilidad emocional de los menores. Los niños no pueden salir al parque y no comparten los almuerzos con sus amigos. Tienen prohibidos los abrazos y los juegos en la calle. No tienen a sus profes enfrente para pedirles un consejo, hacerles preguntas o contarles lo que les inquieta. No están sus compañeros para compartir, pelear o jugar. El mundo se les redujo a unas pocas paredes. No están abiertos los cines o los parques. Niños y jóvenes no pueden practicar actividades deportivas al aire libre. Tampoco pueden verlas en la televisión. Los Juegos Olímpicos, al igual que en las dos guerras mundiales anteriores, tampoco podrán celebrarse.

Sus padres tienen miedo de contagiarse y de perder sus empleos. Una buena parte de ellos también está en sus casas. El contacto y la vida social se han reducido de manera dramática. No los invitan a fiestas. No van a saludar a sus abuelos, amigos y familiares. No comparten el carro. No van a ningún espectáculo. Ni siquiera acompañan a sus padres a hacer las compras. A todos nos falta vida social, pero eso, en el caso de niños y jóvenes, aumenta su tristeza, depresión y soledad.

Los niños y jóvenes que viven con padres autoritarios son los que más sufren en estos tiempos, porque se eleva la posibilidad de recibir golpes en un ambiente en el que predomina el temor, el encierro, el estrés y la incertidumbre. Han agregado inseguridad a sus angustias.

Hemos vivido en una sociedad que acostumbró resolver de manera violenta los problemas. Lo hemos visto en las calles, cuando un carro cierra a otro o en las discusiones sociales, en redes y aún en los debates políticos, que suelen terminar en insultos y descalificaciones. Por ello no debe extrañarnos que también las familias tiendan a ser violentas. Según el estudio realizado en la Universidad de la Sabana en 2019, el 52% de los padres golpea a sus hijos con un objeto externo. Puede ser un palo, el cinturón o un zapato. Lo peor, la mayoría de ellos justifica y defiende la violencia que ejerce sobre sus hijos. “Endurece su carácter”, “los hace más berracos”, “a mí me golpearon y vea lo equilibrado que soy”, suelen decir los agresores, sin dimensionar que los niños golpeados obedecen, pero quedan dañados por dentro. Sus hijos deterioran la imagen que tienen de sí mismos, se empequeñecen emocionalmente y se vuelven huraños y amargados. Dejan de confiar en los otros.

Una anécdota para terminar. Hace dos años, uno de los niños más agresivos que he visto, participó en la jornada. Sus padres lo maltrataban física y psicológicamente. Tenía 5 años de edad e ingresó a mi oficina cargando la bolsita en la que guardamos los corazones que ese día había recibido. Me dijo algo que todavía recuerdo: “Julián, yo creí que nadie me quería. Ahora sé que seis profesores, la monitora y cuatro de mis compañeros me quieren”. Desde ese día, ese niño cambió. ¿Quién no cambiaría si sabe que lo quieren las personas con las que convive?

La propuesta es que en cada colegio del país se realice una Jornada el próximo 15 de mayo. Ese día también se celebra el Día del Maestro. Queremos invitar a los colegios a aprovechar la ocasión para celebrarlo con una Jornada del Afecto. Ojalá también se inspiraran algunas familias, grupos de amigos e instituciones. Por ello sería aconsejable que, cada colegio y cada familia, se comprometiera a construir una cadena de afectos análoga a la que construyó Mimi Leder en su bella película "Cadena de favores" (2.000). De esta manera, cada familia les envía un corazón a otras dos familias y cada colegio hace lo propio con otros dos colegios. Esto nos permitiría lograr que sea el afecto -y no el virus- el que crezca exponencialmente. Sin duda, los colegios tenemos una especial oportunidad para abrir el corazón, reinventar las interacciones sociales, ayudar a reconstruir el tejido social y dejar volar la imaginación y las emociones. ¡Qué mejor que hacerlo ahora que los niños extrañan el apoyo, acompañamiento, afecto y mediación de sus profes!

* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar