Caldo de cultivo

Columnista invitado EE
10 de mayo de 2018 - 03:50 p. m.

Por: Alberto López de Mesa

Los Estados que no practican la prevención como una conciencia de gobierno para garantizar a las poblaciones la seguridad social, la seguridad en salud, la seguridad vital, sus intervenciones terminan siendo de remiendo, atajando o reparando las consecuencias de los descuidos y en la mayoría de los casos la presencia y las acciones son tardías.

Así como en las regiones del país donde no hay presencia real del Estado las gentes al garete de la suerte deciden su destino y los jóvenes, casi siempre, optan por integrarse a los grupos que les ofrecen vivir en las guerras al margen de la ley y de la plata rápida que deja el negocio de la cocaína, así también hay zonas en las ciudades que por ajenas a los gobiernos municipales son caldo de cultivo para prácticas asociales, para la criminalidad, para la vida ignominiosa.

Esta semana, los telenoticieros y los diarios divulgaron el caso de una niñita que encontraron en el barrio Santa Fe abusada y maltratada, lo que en realidad es la prueba de horror y patética de las muchas perversidades y atrocidades que hace rato vienen pasando en esa zona de Bogotá y ante las cuales la alcaldía y la policía ni se dan por enterado.

Hace diez años conocí a una jovencita que por respeto y por su seguridad en esta columna llamaré “Jimena”. Tenía diez y ocho años cuando llegó de Pie de Cuesta, Santander, invitada por una tía que resultó ser la matrona de un prostíbulo, algo así como la asesora del proxeneta responsable de coordinar y orientar a las chicas del negocio.

Me contó Jimena, que su tía se alegró mucho de verla y que admiró su porte y su lozanía. De inmediato se quedó viviendo en el lugar y empezó a trabajar como copera atendiendo borrachos acosadores, dos de los cuales se mostraron atraídos por Jimena y luego de una transacción, de la cual ella no se enteró, se la llevaron para “La piscina” un reconocido centro para la lujuria y la lascivia. Enseguida entendió que allí empezaba su vida de trabajadora sexual. La inauguraron un par de traquetos vulgares y con evidentes tendencias sadomasoquistas. Esa, su primera noche de puta fue literalmente violada, maltratada, humillada por el par de energúmenos, pero no lloró, soportó la sesión con impavidez y como no bebió, se dio mañas para rendirlos.

Le dio miedo el destino que le esperaba en Bogotá, peor cuando empezó a entender todo lo que se movía en la zona, el lugar donde trabajaba servía, a la vez, para lavar el dinero de traficantes venidos de la Zona Cafetera y que controlaban todo el negocio de drogas en el sector. Conoció a toda clase de pillos: apartamenteros, atracadores, secuestradores, todos a la larga de una misma rosca , como si unos y otros en las diferentes cuadras fueran una gran cofradía del delito y ella ahí, involucrada en cruces y pactos ilícitos.

Hasta que un día resultó embarazada, su intuición y sus cuentas de mujer le indicaban que el papá de su niño era un primo del patrón. El muchacho le dio confianza porque se ganaba la vida haciendo domicilios en su moto y porque era bien parecido.

Pero a la tía, el embarazo de Jimena la decepcionó y peor cuando se enteró que ya tenía cuatro meses. Por eso le dijo: “ Hija, a ti no te conviene tener hijos cuando apenas empiezas a triunfar en este negocio. Yo se quien nos compra esa criatura y nos libera del asunto”.

Jimena se asustó. Entendió en la decisión de su tía que desobedecerla podía ser peligroso.

Nació un niño, lo amamantó durante dos meses haciendo grandes esfuerzos para no amarlo, porque sabía que debería entregarlo y así lo hizo. Lo recogieron en un taxi unas personas en cuyas caras no reparó ni quiso recordar.

Desde entonces su vida cambió, como si le hubieran extirpado los sentimientos y ya no pudiera sentir amor.

Un día consiguió un trabajo de cocinera en una pollería, lo cual le mereció una regaño de su tía y una golpiza del patrón que la obligó a volver a su trabajo de puta.

Con el tiempo cogió vicios, fumaba marihuana y bazuco metida en las muchas ollas que prosperan en el barrio. La consuela saber que como ella son muchas las muchachas que llegan de los pueblos y repiten su historia. Ante este mundo furtivo, caldo de cultivo de las perversidades, acaso no sería justo que el Estado ofertara alternativas más dignas y edificantes?

Justamente allí, en el barrio Santa Fe, la alcaldía debería poner jardines infantiles, colegios, centros culturales. Ofrecer a esa población enajenada en el vicio, el delito y la vida ilícita, la oportunidad de conocer otras realidades, otros alimentos para el espíritu, sin los cuales el ser humano se animaliza. Justamente allí, en el reino del mercado del mal, los niños y los jóvenes hijos de las muchas Jimenas merecen ofertas educativas y culturales antes de que se los gane el vicio y el delito. 

 

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