Como yo lo veo, mientras más hablemos de Congresos, de entidades públicas, Cortes, políticos, ministros y demás, más poder les damos, y más siguen haciendo lo que les parece, siempre en su beneficio, por supuesto, y más nos hacen creer que son necesarios y que el país se desmoronaría sin sus prominentes figuras y cargos, y sin sus “servicios a la patria”, y pese a todo, seguimos hablando de ellos, con ellos, y por ellos. Los volvemos “tendencia”, llevados por el morbo de querer saber de sus peleas, puro humo y pura actuación en realidad, y por la lejana y vengativa idea de verlos caer, sin darnos cuenta de que detrás de sus caídas están ellos mismos, u otros iguales o peores, que los reemplazarán para que cambien los nombres y en el fondo no cambie nada.
Porque ya que estamos con los nombres, en cambiar nombres de gente y de instituciones, y en cambiar una y mil veces la Constitución, y en volver letra lo que solo es letra se nos han ido estos doscientos años de “independencia”, y sin embargo, en esencia, nada ha cambiado. Seguimos matándonos porque sí y por que no y por si acaso. Seguimos viviendo los vivos de los menos vivos, y los unos de los otros, pero jamás, para los otros. Seguimos acomodándonos, poniéndonos trampas, mintiéndonos, dejándonos llevar por el espectáculo e inculcándoles a los que vienen las leyes del éxito, que en el fondo han sido las leyes de la gente de esta tierra enferma, para recordar a Machado, generación tras generación, y caiga quien tenga que caer.
Como yo lo veo, ese “éxito”, generalmente el éxito fácil del dinero fácil, del poder fácil, de los premios y el aplauso fáciles, de necesitar la aprobación del otro, y su reverso, la inseguridad, han sido el origen de esto que hemos llamado sociedad, y que es más bien la suma de montones de personas que viven salvándose como pueden, o como quieren. Ascienden en lo que creen que es ascender y obtienen el poder dentro de lo que les dijeron que era el poder. Y desde ahí se creen exitosos, porque miles de miles que creen lo mismo y quieren ser como ellos los aplauden y veneran, y obviamente, hablan de ellos, sueñan con hablarles para que parte de su “éxito” se les pegue, así jamás digan algo trascendente, y acaban hablando por ellos y volviéndolos “tendencia”.