Camina mi alma negra

Mario Méndez
10 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Conmueven las fotografías de la protesta social en Quibdó y Buenaventura. Esos ríos de ébano nos ponen de presente que los afrocolombianos, como en general los africanos convertidos en mercancía y apaleados, han sido ninguneados desde su aparición en nuestra geografía humana, presencia que siempre nos complace. Por esta etnia siempre hemos tenido un afecto especial, como registro tangible en nuestro corazón.

En las marchas del litoral Pacífico confluyeron muchas imágenes que comprometen la sensibilidad ante la injusticia. Allí se reflejan las razones de Benkos Biohó; la rebeldía de Kunta Kinte en Raíces, la inmensa obra de Alex Haley; la posición vital de ese gigante llamado Nelson Mandela y hasta la declamación profunda de la ya apagada voz de Eudhes Asprilla. Allí están tácitamente estos personajes, participando en la solicitud multitudinaria del puerto vallecaucano y del Chocó, además de la numerosa población que habita en la costa del Pacífico y en los pueblos mineros de Antioquia.

Los colombianos que ahora se manifiestan y reclaman han sido burlados una y otra vez como consecuencia de la práctica oficial de firmar acuerdos e incumplirlos, como ocurre con los campesinos y otros sectores, gestándose así un círculo de protesta-acuerdo-incumplimiento-protesta. Este escenario de la dinámica social se enrarece aún más con la corrupción enquistada en aquellas zonas, frente a la cual se requiere que la gente misma cambie sus prácticas políticas, pues no puede ser que los avivatos aprovechen el respaldo recibido de sus propias víctimas.

Tenemos la convicción de que, con una intensidad que no se presenta en otras regiones del país, allí ya es proverbial que la construcción de carreteras, por ejemplo, sea cosa de jamás acabar. A fines de 1974, en La Celia (Risaralda) tuvimos ocasión de conversar con sus habitantes sobre la problemática vial que compartían con el departamento ahora en paro cívico. Personas por entonces ya suficientemente adultas recordaban que años atrás se había proyectado una carretera hacia el occidente para pasar por Las Ánimas (Chocó) y penetrar hasta llegar a Nuquí, sobre la costa chocoana. La carretera avanzaba al ritmo de las diezmadas partidas presupuestales que nunca alcanzaban (ni alcanzan) para terminar las obras.

¿Será posible esperar que a los politiqueros se les aten las manos que roban, que los afectados de este desbarajuste se los quiten decididamente de encima, y que el país recompense a estos compatriotas que nos han permitido disfrutar de su riqueza musical, sus alabados, el sonido del guasá, sus xilófonos, sus coreografías, su vibrante forma de expresarse en la amistad y en la alegría?

Así sólo fuera en virtud de su grandísimo aporte artístico, todo en medio de una miseria insultante, resulta exigible que se mire de otro modo a los descendientes de quienes fueron arrancados de su África ancestral y esclavizados, y en el camino histórico de Colombia hayan aportado tanto al patrimonio cultural de la nación.

Una vez más, todo nuestro cariño y nuestro respeto por la gente que protesta y pide soluciones.

* Sociólogo Universidad Nacional.

 

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