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Campos de concentración

Catalina Ruiz-Navarro
17 de julio de 2019 - 08:06 p. m.

Hace poco se conoció el testimonio de la migrante guatemalteca Yazmín Juárez, cuya bebé, Mariee, murió bajo custodia por una infección respiratoria que adquirió en los hacinados centros de retención, en los que dormían en el piso. El médico que vio a la bebé solo le recetó un Tylenol. Hoy, Juárez ha demandado al gobierno estadounidense por US$60 millones, pero desde diciembre ya se cuentan cinco niños y niñas migrantes que han muerto en y por los centros de detención. A finales de junio la joven congresista Alexandria Ocasio-Cortez llamó a los centros de detención de migrantes (particularmente centroamericanos) en Estados Unidos “centros de concentración”. Como es un término tremendamente cargado, las declaraciones generaron controversia y, como era de esperarse, varios miembros del Partido Republicano la acusaron de “trivializar el Holocausto”. La historiadora judía Anna Lind-Guzik publicó en la revista Vox un ensayo explicando cómo el término “campos de concentración” es preciso para describir las formas violatorias de derechos humanos en que los y las migrantes están siendo detenidas, separando familias y encarcelando niños y niñas. Lind-Guzik define el término como “la detención indefinida y sin un juicio de miles de civiles en condiciones inhumanas y bajo una guardia armada, sin suficientes provisiones ni cuidados médicos adecuados”. En su ensayo cita a George Takei: “Yo sé lo que es un campo de concentración. Estuve en dos, en Estados Unidos. Y sí, estamos haciéndolo de nuevo”, refiriéndose a la detención masiva de americano-japoneses.

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