Campos de flores en arenas movedizas

Enrique Aparicio
07 de abril de 2019 - 05:00 a. m.

Nota del escritor. Después unos 20 años en el negocio de la flor, decidí escribir esta novela, Campos de flores en arenas movedizas, con un contenido más centrado en lo emocional que en lo técnico. Rivalidades, fortunas, quiebras, vidas elitistas, son parte de este universo de la industria de la flor poco conocido. Para darlo a conocer he construido una novela y he creado personajes ficticios, por ello, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. La iré publicando por partes en esta columna, no siempre cada domingo, pero sí con cierta regularidad.

***

El profesor

Antes de llegar al consultorio del dentista, el Florista se detuvo en el semáforo. En ese mínimo espacio de tiempo apareció la pregunta absurda: «¿Cómo diablos me metí en esto? Estoy lleno de deudas; soy responsable de una planta enorme de gente, con el riesgo de ser acusado de engañar a trabajadores de buena fe, cuyo salario da de comer a pequeñitos y ancianos; me han mencionado en la lista negra de proveedores con el título de pago contra entrega; he retrasado cancelaciones a bancos; tengo unos socios que no sirven para nada y, como las ratas que abandonan el navío para salvar el cuello, se hacen los locos de todo lo que pasa; con un matrimonio sin futuro. Cada día un abismo más grande, un hueco, un hoyo negro. ¿A qué horas ocurrió todo? ¿Cuál fue el mal paso que disparó este desastre? ¿A los 44 años, para dónde caminar?».

El Profesor era el dentista de cabecera del Florista. Un hombre amable, de modales pausados, profesional y, sobre todo, que inspiraba tranquilidad.

─Tengo un yerno que es un gran hombre, trabajador, honesto ─le fue diciendo al Florista mientras comenzaba su tarea de revisión periódica─ y me ha propuesto entrar con él en un negocio de flores. La verdad es que he oído tanto que se puede hacer buen dinero, que le metí una platica que tenía ahorrada para nosotros, mi esposa y yo, y para mis nietos.

─Profesor, qué maravilla, y además queda en familia─. El Florista pensó: «Si es con la familia, va a ser más duro el totazo».

Seis meses después volvió a pedir cita.

─Hola, Profesor, ¿cómo le va? Cuénteme. Lo noto algo sombrío.

─¿Sabe usted? ¡El hijueputa de mi yerno nos ha dejado sin nada! Ahorros, plata que logré ganarme en tantos años de mi trabajo, perdida. No sé qué hizo este tipo. Los meses pasaban, me decía que no había retornos y qué sé yo. Que no le pagaban en Miami, que el tipo allá no le daba razón. ¡No, hombre, cómo va a ser eso!

Dejó que el dentista se calmara e iniciara su trabajo. Obvio que no se atrevió a musitar palabra. Era ya, sin quererlo, parte del mundo del Florista.

Todo comienza por una simple multiplicación, o sea la aritmética peligrosa por la que pasó mucha gente.

Produces una flor y te ganas un centavito de dólar o varios, dependiendo del momento. Produces un millón de flores y te ganas un millón de centavitos de dólar. Nada mal. Y si produces 10 millones de florecitas, te ganas 10 millones de centavitos o más. Este ejercicio varía dependiendo de si la florecita es clavel o rosa. O sea, un cuento para niños.

Después viene la carpintería: si tengo una hectárea produzco x florecitas y si tengo 10, produzco 10 veces más. Levanto invernaderos, consigo el agrónomo estrella y listo. De esta manera una parte del sector empezó a hacerse rico en el papel.

Visita al banco

La sucursal del banco quedaba en la avenida de Chile. Era uno de los dos que el Florista había utilizado por muchos años. Conocía a su gerente y, por razones familiares, al gran jefe de la institución financiera.

Camilo era un ser amable, ordenado; de esas personas de origen humilde que a través de cumplir y disciplina fue escalando posiciones hasta llegar a la que ocupaba y de donde no subiría más.

Después de luchar para encontrar un sitio cercano para parquear, se dirigió directamente a la gerencia. Lucy, la secretaria, lo saludó como siempre:

─Hola, doctor, qué gusto en verle. Por favor, siéntese que el doctor Camilo ya lo atiende. Le acaba de entrar una llamada.

─Lucy, está usted mejor que nunca.

─Se lo voy a contar a su esposa.

─Tranquila, ella lo sabe.

Pasaron unos minutos.

─Siga, doctor. Le llevo un tintico.

La oficina era espaciosa, con una mesa de conferencias impecable, sin un papel, donde Camilo sugirió una silla.  

─Cuénteme, ¿en qué puedo ayudarlo?

El gerente intuía fácilmente de qué se trataría la visita. La floricultura comenzaba a pasar su peor momento. Lo impensable había ocurrido. Todo era posible en el caos económico que bancos, instituciones financieras y gobiernos habían creado.

La caída del dólar frente al peso fue exactamente como si de un día para otro le rebajan a uno el salario el 30%. Esto golpeó el flujo de caja e inevitablemente un rango importante de fincas quedaron en la cuerda floja. Las agonías son largas. «Si tratas de salirte, te das cuenta de que es más difícil que quedarte, cada movimiento te hunde más». Como en las arenas movedizas. Así ocurría siempre. Los cultivos buscaban algún flujo de caja para sobrevivir, pero a costa de reducir la calidad, demoras en el pago a los proveedores y nóminas sin pagar. El momento había llegado; cientos o miles de empleados tendrían que ser despedidos. La trastienda administrativa comenzaba a dejar de funcionar.

Es importante entender la situación: era impensable que el dólar perdiera poder adquisitivo con relación al peso colombiano. Por muchos años, la industria, cuyos ingresos son en dólares, dependió en buena parte de la devaluación del peso, lo que le aseguraba al cultivo un incremento de sus ingresos anuales en pesos, manteniendo los mismos precios en dólares del producto que se exportaba. El nuevo escenario cambiaba el horizonte del negocio totalmente.

***

El YouTube es un video muy cortico de un pueblo en el Mediterráneo que siempre me ha gustado:

https://youtu.be/M1qL7zZg_hk

Que tenga un domingo amable.

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