Campos de flores en arenas movedizas: La deuda

Enrique Aparicio
19 de mayo de 2019 - 05:00 a. m.

De la novela Campos de flores en arenas movedizas.

Aun en los momentos más complicados, había disciplina en el día a día del cultivo. Los empleados actuaban bajo la estricta vigilancia del Florista, quien llegaba siempre a las 7:30 de la mañana. Primero que todo miraba correos. Ese día esperaba una respuesta del cliente inglés. Desde la visita habían pasado cuatro meses, y Harvey no respondía a las solicitudes directas sobre los pagos pendientes. Unas semanas atrás había recibido un correo donde le decía que estaba próximo a cancelarle una buena parte de la deuda. Se dirigió al departamento de Contabilidad.

─Buenas, Julio. Buenos días, Albita, se ve usted muy bien. Me lleva a mi oficina el estado de cuenta del inglés. Es urgente. La cosa la veo muy mal.

─Sí, doctor, voy para allá.

En efecto, Harvey hacía cuatro meses que no había pagado un centavo. La cuenta abierta eran 480.000 dólares, suma que en este momento necesitaba para pagar las nóminas y a los proveedores. La cuestión pintaba muy mal.

─Julio, prepáreme una carpeta con las facturas, me va a tocar irme para Londres. Me da la impresión de que nos van a tumbar.

En ese momento le anunciaron que Suárez había llegado. Nunca iba, salvo cuando era el almuerzo mensual en un restaurante cercano para hablar de plata. Siempre se llenaba de whisky, sin poner atención a las cifras y más bien tenía la mente en las empanadas.

Pero ese día decidió pasar para matar el tiempo. Tenía una reunión con el dueño de un terreno que estaba negociando para dejarlo de engorde y luego venderlo al triple.

─¡Ese milagro! ¿Qué me lo trae por aquí? ─le dijo el Florista con algo de ironía.

─Me regalas un tintico y te cuento.

Suárez se explayó sobre el gran negocio que tenía entre manos. Casualmente preguntó quién era la mujer que estaba en Contabilidad.

─Es Albita, muy trabajadora, es de por estos lados.

No hubo reacción. Suárez le estaba quitando tiempo, así es que hubo un momento de medio silencio. Como para poner tema de conversación, el Florista le contó sobre la deuda del inglés.

─Yo sé que tú esas cosas las manejas divinamente. Me voy. Se me hace tarde.

Se despidió, pero en lugar de dirigirse a la salida, sin que lo notara el Florista, se fue a Contabilidad.

─Buenas, Albita. Me dice el gerente que usted es excelente. Me gustaría que de pronto me diera una mano en horas extras para mis negocios personales. Obvio que le pagaré.

─Claro que sí, doctor, con mucho gusto.

Alba sentía gran admiración por sus patrones. Una enorme inocencia. Tenía su novio, Gustavo, asistente del gerente de una ferretería muy grande en el pueblo.

El Florista manejaba con mano de hierro las relaciones entre empleados para que la gente se respetara. Tuvo que botar a dos agrónomos y a un contable porque empezaron a aprovecharse de sus posiciones para ser manilargos y tratar de conseguir favores extras del personal femenino.

La llamada de Suárez a Albita no se hizo esperar.

Un sábado problemático

─Albita, la dirección es esta ─le dio una al norte de Bogotá─. Le propongo que se venga el sábado por la tarde, un ratico nada más. Es una pequeña oficina que tengo. No le vaya a comentar a nadie porque esto es una cosa personal, ¿me entiende?

─Claro, doctor, no se preocupe.

Le dijo al novio que llegaría un poco más tarde y que lo vería en la noche. A Gustavo no le pareció raro.

Llegó al edificio indicado. Timbró en el apartamento. Había curiosidad y ansiedad en el encuentro. Como se trataba solo de un piso arriba subió por las escaleras. Suárez, ya con algún whisky encima, le abrió la puerta y la invitó a sentarse en un sofá pequeño, donde él se acomodó también. Quedaron tocando pierna con pierna.

─Cuénteme, Albita, ¿cómo van las cosas en el cultivo?

─Bien, doctor. Usted sabe que la situación está difícil, pero Dios mediante saldremos adelante.

─Tómese un whisky, le hará bien.

─Doctor, me da pena, pero yo no sé… realmente no estoy acostumbrada a tomar trago.

─Tranquila, relájese. Ahora, cuénteme. Tengo entendido que el Florista en la parte comercial maneja unos clientes directamente. ¿Él pacta los precios, las comisiones y dice dónde le deben depositar?

─Es correcto, de estos clientes solo recibimos un estado de cuenta que nos pasa para el manejo de cartera.

“Ahí es donde me está tumbando este tipo”, pensó Suarez. “El Florista pacta lo que se le da la gana. Claro como el cristal. Nos ha estado desfalcando durante años.  

Suárez cambió la conversación y le comentó lo que siempre se acostumbra en esos casos: que estaba mal con su señora, que se sentía muy solo, que le gustaba mucho hablar con alguien que lo entendiera, que necesitaba un poco de cariño. Le juró que eso quedaría entre los dos, que nadie, nadie lo sabría. Se le acercó y empezó a tocarla. El dilema de una mente como la de Albita, donde los derechos no están escritos en la ley sino en el que tiene plata, la llevó a pensar que si no arriesgaba, se quedaba sin el puesto que adoraba, cerca de su casa, de su novio, y como nadie sabría, quizá era mejor salir del paso.

No fue fácil llevársela a la cama y medio desvestirla, pero entre ruegos y tómese otro whisky terminó por ceder. Todo duró unos pocos minutos, no se tomó el trabajo de desnudarla totalmente. Tiró muy duro del calzoncito, de un material simple que se rompió y la penetró hasta eyacular.

─Vístase y nada de hablar de esto con nadie. Tome esta plata. Y tranquila, que yo, sea lo que sea, le mantengo el puesto.

Semanas después del encuentro con Suárez, Albita se le presentó al Florista.

─Doctor, vengo a entregarle mi renuncia. He conseguido otro trabajo.

─Pe ¿cómo se nos va a ir así, qué le disgustó? ¿Es cuestión de sueldo? ¿Qué le pasa?

─Nada, doctor –se le aguaron los ojos.

─Por favor, dígale a Julio que le entregue su liquidación y aquí tiene las puertas abiertas por si quiere regresar.

Acostumbraba a lidiar con muchas situaciones personales y había aprendido que si la persona no quería hablar más allá de un límite, no era bueno empujar respuestas.

─Gracias, doctor ─fue todo lo que dijo Albita.

YouTube y la Primavera que invita asoñar:

https://youtu.be/WIcKuq5CIIw

Que tenga un domingo amable.

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