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Camposanto en el Parque Tercer Milenio

Daniel Pacheco
03 de junio de 2008 - 12:38 a. m.

“YO NO LLEVARÍA A MI HIJO AL PARQUE Tercer Milenio. Para caminar sobre muertos mejor vamos al Cementerio Central”.

La veintena de habitantes de calle, en el Hogar de Paso Día-Noche, asintió de inmediato a la afirmación alevosa del hombre joven. Lo que siguió fue una cascada de testimonios sobre huesos humanos entre la tierra removida, por los buldózer que tumbaron las 20 hectáreas que componían la Calle del Cartucho, para construir encima el Parque Tercer Milenio.

Hoy, cuando aún queda algo de esa memoria que Peñalosa quiso sacar de Bogotá en volquetas, es urgente que la actual Administración Distrital tome nuevas medidas para abordar la situación de los ciudadanos habitantes de calle. Además de ser un tema sensible en términos de seguridad ciudadana, es una medida de cómo entienden nuestros gobernantes su misión de garantizar los derechos de las minorías.

En la construcción del Parque Tercer Milenio primó el interés común de todos los bogotanos, frente a los intereses particulares de unos miles de habitantes de calle que vivían en la Calle del Cartucho. Sin embargo, la decisión de “limpiar” el marco tras el que se escondían las prácticas ilegales”, en palabras del IDU de esa época, nunca tuvo en cuenta que esas personas no eran sólo habitantes de calle, sino ciudadanos habitantes de la Calle del Cartucho.

Las calles y edificios del barrio Santa Inés, alguna vez de los mejores de la ciudad, fueron el lugar donde nacieron, vivieron y murieron miles de ciudadanos por casi tres décadas. Dejaron de llamarlo Santa Inés y le pusieron la Calle del Cartucho. Se apartaron de todas las normas de la ciudad, y formaron una simbiosis con los civiles, gobernantes y autoridades policiales que garantizó su existencia, hasta el 3 de julio de 1999 cuando se produjo la primera demolición.

Casi diez años después del desplazamiento de la comunidad de habitantes de calles de la Calle del Cartucho, nos seguimos sorprendiendo porque se instalaron en otra calle y le cambiaron el nombre (La L, El Bronx, Cinco Huecos, etc.). A pesar de las buenas intenciones, la renovación de espacios, los alrededor de 24.000 millones invertidos entre 1998 y 2008, y los avances indiscutibles en asistencia humanitaria, Bogotá cuenta hoy con una población estable de 8.400 habitantes de calle que se resiste a ser “rehabilitada”.

Para plantear nuevas soluciones, los gobernantes deben dejar de abordar la situación de los habitantes de calle como un “problema” que tiene solución por medio de la “rehabilitación”. Primero, porque es una invitación clara al fracaso (quienes hemos trabajado con habitantes de calle sabemos que su rehabilitación es imposible, empezando porque muchos no la quieren). Y, segundo, porque desconoce que los habitantes de calle ocupan un lugar en todas las sociedades occidentales, incluida la nuestra, que de hecho ya los llama ‘habitantes de calle’.

El problema está, entonces, en combatir los riesgos asociados a su habitar la ciudad y no a su misma existencia. Un buen lugar para empezar a reducir riesgos son las ‘ollas’ de basuco, y las personas y autoridades que se lucran de ellas. Pero un enfoque de este estilo necesita esforzarse principalmente por reconocer a los habitantes de calle y conservar la memoria de los lugares históricos que esta minoría urbana ha ocupado, empezando por el Parque Tercer Milenio.

Ante las dudas, dejo la respuesta de un habitante del Cartucho llamado Martín (que aparece en el libro El banquete de las moscas, de María Paula Navas), quien a la pregunta, ¿cómo quiere morir?, responde: “Como sea, pero aquí”.

danielpacheco@hojablanca.net

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